No sé si sería un profeta, o un señor que salía de visitar una bodega, o alguien que había vivido mucho tiempo en la Comunidad de Madrid, o un observador agudo o un ciudadano acostumbrado a leer la prensa todos los días. El caso es que andaba de acá para allá hablando por el teléfono móvil casi a gritos, con la cara un tanto enrojecida y gesticulando con el brazo que le quedaba libre. Cuando pasó por mi lado, decía:
-¿Pero es que estamos todos locos o qué?
Estuve a punto de decirle que sí con un gesto de la cara, pero preferí respetar su situación y reflexionar yo sobre el asunto. En esas estoy.
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