Cuando los besos no deben salir de los labios, cuando los abrazos deben acabar sin haber comenzado, cuando el tacto no es lo más recomendable, nos queda la palabra.
Usemos la palabra para expresar nuestras emociones. Nos enriquecerá y enriquecerá nuestras relaciones. Un abrazo explicado tiene, al menos, tanta fuerza como uno dado.
Pero afinemos el uso de las palabras. No se besa de cualquier manera, no se abraza de cualquier manera ni se habla de cualquier manera. Tengamos claro lo que queremos decir antes de decirlo. No se trata de decir florituras, sino de ser un poco precisos y honestos. Si la necesitas, no le digas “Te quiero”, sino que la necesitas; si lo deseas, no le digas “Te quiero”, sino que lo deseas. Si quieres agrandar lo que te une a las otras personas, infórmate, piensa, pregunta, forma tu mente. La felicidad llega por ahí, no por las apariencias vacías, ni por la repetición de lo que hacen todos ni por saltarse estúpidamente las normas. Aprendamos a llenar de sentimiento las palabras. Y, también, de contenido.
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