Si desde pequeños nos ponen un embudo
en la cara y nos acostumbran a ver el mundo por su agujero de salida, creeremos que la visión de lo que hay es muy pequeña y que lo
que existe en realidad es lo que somos capaces de observar a través
de ese insignificante agujero que orientan hacia donde les interesa:
la familia heterosexual, la procreación, la supremacía de lo
masculino, la sumisión de la mujer y la ideología machista inserta en un sistema patriarcal. Hacia eso es a lo que apunta el embudo.
Puede que llegue un momento en el que
seamos capaces de quitarnos de delante el embudo. Aparecerá entonces
un mundo nuevo, grande, libre, risueño, reconfortante, lleno de vida
y de humanidad. Tendremos que hacer el esfuerzo de arrancarnos los
efectos secundarios de tanto tiempo mirando por el embudo, pero
lograremos ver la vida con la tranquilidad que da la igualdad.
Disfrutaremos del convencimiento de que todos tenemos los mismos
derechos y de que la violencia que supone imponer a los demás lo que
creíamos que era la única visión del mundo, la que nos ofrecía la
pequeñez del agujero del embudo, era injusta.
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