A veces pienso que el mejor vestido de
gala es la desnudez. Todo cuerpo desnudo tiene su belleza, aunque eso creo que es lo de menos. Lo de más es la belleza del hecho de la desnudez, el disfrute de sentirse
desnudo, libre, sin frío, sin la atadura de las ropas, viéndose como una parte pequeña -que no somos otra cosa- de la Naturaleza.
La
desnudez es capaz de superar esa idea ñoña del pudor, fabricada e impuesta por una
educación teñida de catolicismo, que hizo creer a
algunos que era fruto de no sé qué imaginario e inexistente instinto.
La desnudez
libera la mente y también el cuerpo.
La desnudez diluye esa absurda perversión de tamaños, medidas, formas, decaimientos y abultamientos, y nos
muestra que somos iguales: seres humanos, hechos de carne y huesos,
hijos de la misma Naturaleza y habitantes del mismo mundo.
La desnudez que nos iguala acaba con la tiranía de las ropas, del fatuo
presumir de las marcas y de las modas, de la externa separación que
siempre producen los atuendos.
Hay que disfrutar de una mente
liberada y de un cuerpo desnudo.
Buenas noches.
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