Ayer se hizo público el resultado de
una encuesta de intención de voto realizada por el CIS (Centro de
Investigaciones Sociológicas) hace un mes.
Hace un mes había partidos que no
tenían candidato ni candidata, y había candidatos que no tenían
publicados sus programas. Sin embargo, las encuestas, en esas
condiciones, se hacen, la gente contesta y los resultados se
publican. Es como si tuvieran que venderlas en los medios de
comunicación o como si se propusieran calentarnos la cabeza.
¿Cuál es el criterio con el que la
gente contesta a la pregunta de a quién votaría? ¿Cuentan algo las
ideas o las propuestas que puedan hacer los candidatos? ¿Importa más
que salga por televisión? ¿Influye que sea simpático o simpática?
¿O, quizás, que sepa dar caña? Por ejemplo, Esperanza Aguirre, la
cazatalentos que luego resultaban ser talentos corruptos, la que
aparca su coche donde quiere y que se escapa de la policía cuando la
detienen porque ya se sabe que la policía es muy pesada, ¿será
algo de esto lo que les gusta a sus votantes o, quizás, que les
hable a gritos chabacanos, como si de abueletes de pueblo se
trataran? ¿Qué les gustará de Ángel Gabilondo? ¿Será su
sosiego al hablar o sus citas de filósofos? Porque el programa
electoral lo publicó el día 5, hace tres días, y la encuesta es de
hace un mes. ¿Valorarán en Podemos su radicalismo o su viaje al
centro? Porque el programa lo presentaron el día 6, hace dos días.
¿Les gustará la concreción de Ciudadanos, que presentó ayer su
programa, a la hora de intentar impulsar la sanidad bajando y
suprimiendo impuestos o la nula defensa de la educación pública?
Me temo que a la hora de votar muchos
ciudadanos usan criterios parecidos a los que tienen quienes
responden a las encuestas: voto a este que me parece que es muy majo,
o a aquélla que grita mucho, o no voto a aquél porque es rojo. Así
de racionalizado veo al país y, consecuentemente, así nos va.
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