Lo dijo Edmund Burke (1729-1797), pensador y político británico.
"El dinero es el sustituto técnico de Dios".
"Para que el mal triunfe basta con que los hombres de bien se queden cruzados de brazos.”
El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
Se acostumbraron a hacer pintadas en donde les daba la gana y nadie les dijo nada. Ahora se les ha ocurrido proclamar su mutuo amor eterno hasta que se separen colocando un candado en el Puente de Triana, en Sevilla, que, además de ser un monumento BIC, esto es, un Bien de Interés Cultural, es algo que no es suyo, sino de todos los sevillanos y de toda la humanidad. La moda está en que las parejitas vayan al Puente y lo infesten de candados. No saben ni qué es un bien –lo cual es lo más grave de todo-, ni en qué consiste tener interés, ni qué es la cultura, cosa que quizás sea ya demasiado pedir. Sólo saben que se lleva lo del candado y que hay que poner un candado y que por qué no voy a poner yo un candado donde me salga de donde me tiene que salir, coone.
El Ayuntamiento parece que ya ha reaccionado y va a quitar los candados cada quince días. En la red social Tuenti el asunto está que arde y se ha creado un blog
http://trianasincandados.blogspot.com
que ha lanzado una campaña en la que se sugiere al del candado que invite a su amada a pescaíto frito y que se deje de hacer el capullo incívico.
El lema no puede ser más claro y, además, tiene su gracia.
Y luego está la solemne tontería de la autoridad pública. Pero señora presidenta ¿ha visto usted como tratan los alumnos, por ejemplo, a los policías? ¿Se ha atrevido a preguntárselo? Ellos ya son autoridad y a los alumnos les da igual que lo sean o no. Yo he visto cómo les provocan, de qué manera les toman el pelo, con la facilidad con la que eliminan el espacio que les separa de la autoridad. ¿Pero a qué ingenuos quiere usted engañar? Está usted tan convencida de que vale todo que cree que el mundo entero está de acuerdo con semejante degeneración ideológica y que se va a tragar sin rechistar todo lo que a usted se le ocurra.
Los ignorantes, los engañadores y los interesados tienen en común que siempre están simplificando su visión de la realidad. Lo que es de por sí complejo, y cualquier realidad social lo es, ellos lo reducen a una cualidad o a unas pocas, que son las que les interesan y te presentan esa parte como si fuera el total. Y luego viene el que no está muy avisado, se deja engañar y se lo cree.
El de la educación es un tema muy complejo. Decir que se arregla con tarimas y con títulos de autoridad es o no saber nada de nada, lo cual es ya de por sí peligroso en un político, o tener mala voluntad y querer engañar a los ciudadanos, cosa que seguramente es aún peor. Si no puede dejar la manía de simplificar, ¿por qué no dice que lo que hay que hacer es invertir y salir del fondo de la lista de las comunidades que menos dinero dedican a la educación? ¿Por qué no le echa la culpa a los profesores? ¿Por qué no diseña una campaña para que los padres eduquen a sus hijos? Porque tiene que saber que los profesores enseñan física y química, pero los que educan son los padres. Y si un alumno viene a clase sin la menor noción de lo que es el respeto es porque nadie en su casa le ha enseñado a respetar. Dígaselo a los padres, señora Aguirre. ¿O es que teme que se ofendan y que no le voten? Y si no, ponga más horas de educación para la ciudadanía, que es una asignatura en donde se tratan esas cosas y que los propios alumnos agradecen. ¿Será que usted lo que quiere es amamantar ciudadanos que no piensen, que sean dóciles y que obedezcan, que no tengan criterio, para que cuando tengan que votar se dejen engañar fácilmente por los Aguirres de turno?
La autoridad no se consigue con un título, señora Aguirre. La autoridad hay que ganársela. No viene de arriba abajo. Usted será la señora presidenta y tendrá todos los títulos que quiera, pero la autoridad se la tiene usted que ganar. Como todos. Y cuando usted actúa de la manera que lo hace, no tiene la menor autoridad, señora. Con un poco más de inteligencia o, quizás, de pudor, se daría cuenta. Lo que se le reconoce es una enorme ignorancia y un despiste fenomenal, pero no autoridad. Y un vándalo de los que aparecen por las clases hoy en día, tampoco se la va a reconocer, señora presidenta. Ni a usted ni al profesor.
Son ya muchas las veces, señora presidenta, que ha maltratado a los ciudadanos. Ha insultado a los funcionarios. Toma por tontos a los profesores y a los alumnos. Mantiene a los padres ajenos a la realidad. Y cada vez que se abre usted de neuronas, pare un disparate. Pare ya de parir, señora Aguirre. Déjelo ya.
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Imagínese usted, señora, que le ataca un virus de lo que sea y que el presidente de los médicos le dice que lo que tiene que hacer es pintarse las uñas y ponerse guapa, que así se curará. O que le ataca a usted, caballero, y la receta es que se dé en la cara una buena crema antiarrugas, que eso le hará la vida imposible al virus y se marchará. ¿Cómo se sentiría tratado usted, señora, o usted, caballero, si le ocurrieran estas desventuras?
Pues así me siento yo, que me dedico a la enseñanza, cuando me entero de las tontas ocurrencias que la que sigue siendo presidenta de la comunidad de Madrid tiene y cuenta para resolver (¿?) el problema de la enseñanza. Ahora esta señora quiere poner tarimas en las clases. El nivel de ignorancia que exhibe esta señora es brutal. ¿Qué sabe la señora presidenta lo que es una clase? ¿Cree acaso, la muy lega, que un alumno que quiera, por ejemplo, llamar gilipollas al profesor no lo va a hacer porque haya delante de él una tarima, encima de la cual, con toda probabilidad, no estará el docente? ¿Le ha sostenido la mirada la señora presidenta a algún alumno, de esos que te dicen con los ojos que en su vida manda él y que, por tanto, en clase, también? ¿Qué le importa a ese chaval, que tiene en casa a un par de señores que no han ejercido jamás de padres, que el profesor esté medio metro más alto o más bajo?
Lo que esta señora presidenta quiere es, una vez más, tomarnos por tontos y tapar su nefasta gestión económica y su nulo interés por la enseñanza con tarimas y estupideces varias que eviten pensar en lo verdaderamente importante: que no invierte en educación, que obliga a los profesores a incumplir la ley teniendo en clase más alumnos de los permitidos, que no favorece la calidad porque le trae al fresco, que privilegia los intereses económicos de los empresarios de los colegios privados haciendo creer a los ingenuos padres que unos profesores que no han sido capaces de sacar una oposición funcionan mejor que los de la enseñanza pública.
(continuará)
¿Que los niños chulean, insultan, agreden a los profesores? Qué tragedia..., ¿dónde lo habrán aprendido?Es raro, ¿verdad?, en un país donde columnistas, presentadores y tertulianos de radio y televisión, políticos -desde líderes al último mono corrupto municipal- de partidos constitucionalistas y de apocalípticos, y una creciente y preocupante masa espesa y municipal no cesan de insultar todos y cada uno de los santos días al presidente del Gobierno y a todo el Gabinete, especialmente si se trata de mujeres; a las instituciones del Estado, desde el Tribunal Constitucional a la fiscalía; a los cuerpos de la Seguridad, al Ejército (¿cuántas veces lo han tildado de ONG?). Incluso los conceptos -igualdad, dependencia, memoria histórica- son objeto de esta lluvia inclemente de epítetos, descalificaciones, ofensas, ultrajes, escarnios.
Estos chavales del demonio, pues, ¿dónde habrán aprendido esos modales desabridos para con sus maestros?
Es culpa de las leyes educativas socialistas, nos aclaran raposas y sicarios...
Seguramente.
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Como relata Rafael Argullol en su lúcido artículo Disparad contra la Ilustración (EL PAÍS, 7 de septiembre de 2009), yo también conozco a muchos profesores universitarios y de otros niveles que, sobrecogidos, verifican cada día la magnitud de la comedia educativa que deben oficiar.
Estudiantes de una ignorancia abismal que apenas saben leer y escribir, acomodados a la ley del mínimo esfuerzo y dispuestos a "divertirse hasta morir", los dos requerimientos de la sociedad que algunos cínicos llaman aún de "la información y el conocimiento". Y profesores jibarizados por la mediocridad de su entorno profesional y la hegemonía social del mercantilismo.
La Ilustración agoniza y los buenos profesores humanistas que sobreviven, acosados por la burocracia de su hábitat y la deshumanizadora banalidad de los medios de formación masiva, se van retirando pesarosos del escenario educativo.
Pronto sólo se recitará en las aulas el impostado monólogo de los oportunistas y la espantosa canción de los nuevos bárbaros. ¿Adiós a verdad, bondad y belleza? Que así no sea.
El desastre educativo de este país tiene su origen en que muchos estudiantes simplemente no entienden lo que leen, y tampoco son capaces de expresarse por escrito con un mínimo de coherencia.
Sucede, sin embargo, que casi siempre esos mismos estudiantes son verdaderos expertos en el uso de ordenadores, pasando la mayor parte de su tiempo conectados a Internet, chateando, descargando archivos o batiendo récords en sus videojuegos.
No tengo nada contra la informática en las aulas, siempre y cuando se use como un medio, una herramienta de aprendizaje, no como un fin en sí misma.
Repartir ordenadores portátiles indiscriminadamente en las escuelas será echar más leña al fuego del fracaso escolar, restándole a la expresión oral y escrita su insustituible papel en el acceso del alumno al conocimiento."
Últimamente las personas que conozco parecen estar adquiriendo la malísima costumbre de morirse, cosa que te hace percibir con especial agudeza la naturaleza fugitiva de las cosas. Que nuestra existencia no dura apenas nada, y que incluso esa vidita minúscula está constantemente amenazada, es una inquietante certidumbre que nos empeñamos en olvidar.
Éste es el origen, me parece, de la incapacidad que mucha gente tiene para quedarse sola. Porque en la soledad, y en la silenciosa calma del pensamiento, puedes escuchar a la muerte tictaqueando en tu interior como el contador de un taxi, corre que te corre hacia el despeñadero. De ahí nuestra propensión universal a las drogas, al barullo y al movimiento constante: todo con tal de no saber, no recordar, no oír.
Y de ahí también, me supongo, el formidable triunfo de los teléfonos móviles, una tecnología perfecta para el aturdimiento. Un azote creciente, o al menos yo nunca lo había notado tanto como el pasado verano. Ibas caminando por el campo en algún lugar hermoso, remoto y solitario, y de pronto, en pleno momento zen, te cruzabas con otro paseante que llevaba la chicharra incrustada en la oreja. O bien veías a una pareja sentada en un café, frente al mar, en una romántica mesita, y al fijarte advertías que cada uno estaba telefoneando por su lado, tan juntos y tan solos, metiéndose en la cabeza todo el ruido posible para no escuchar el latido del tiempo. ¡Pero si incluso dicen que, mientras Michael Jackson agonizaba, su médico parloteaba por el móvil, y que por eso no se enteró de lo que le ocurría! No enterarse de nada, ésa es la ambición de nuestros tiempos. No pensar, no vaya a ser que, si piensas, termines recordando que eres mortal y haciendo la metafísica ramplona que yo acabo de perpetrar en este artículo. Ustedes disculpen.
Las desgracias que asaltan a un pueblo, tales como las tormentas, las sequías o las epidemias, despiertan en los individuos la idea de que han cometido faltas contra las costumbres, o hacen creer a todos los miembros del grupo que hay que inventar nuevas costumbres para aplacar a un nuevo poder sobrenatural o a un nuevo capricho de los demonios. Esta forma de sospechar o de razonar impide que se profundice en la verdadera causa natural y hace que la causa demoníaca se erija en la razón primera del hecho.
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Berlusconi es un delincuente que intenta cambiar las leyes para que sus actos ya no sean delitos. Él y sus propios intereses están, al parecer, por encima de la ley.
Algunos políticos catalanes, ante una posible sentencia del Tribunal Constitucional contraria a la reforma de su Estatuto de autonomía, hablan de cambiar la Constitución para eliminar así la discrepancia.
Padre o madre que lees esto: no te extrañe que si algún día tu hijo roba algo, te eche en cara que lo que hay que hacer es cambiar la ley, porque él no está dispuesto a dejar de robar.
Hoy es muy fácil que cualquier majadero se dedique a gobernar la cosa pública defendiendo sólo lo que le interesa a él y olvidándose de que un gobernante, por encima de todo, debe procurar el bien general, no el suyo.
Corren malos tiempos para la moral.
Me contaron que lo dijo un señor que, al parecer, había perdido la cabeza.
“A partir de ahora en esta casa ya no se va a comer más en el comedor. Vamos a comer todos en la cocina.”
- Pero ¿por qué, hombre?
“Porque ese tío que sale por la tele, el Rajoy ese, no para de decir cosas que yo no entiendo. Pero las dice como si me estuviera riñendo. Y yo no he hecho nada. A mí no tiene por qué decirme nada ese hombre. Y, además, se queda mirando fijamente para ver qué estamos haciendo. Y a él no le tiene que importar nada lo que yo coma o lo que deje de comer. De manera que ¡a comer, a la cocina!”.
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La astronomía nació de la superstición; la elocuencia, de la ambición, el odio, la falsedad y la adulación; la geometría, de la avaricia; la física, de una perversa curiosidad, y hasta la filosofía moral nace del orgullo humano. Así, las artes y las ciencias deben su nacimiento a nuestros vicios.
Más que para pensarlo, es para leer a Rousseau.
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Cuando terminó el episodio de la Gran Vía, me vino a la mente en seguida lo que está pasando desde hace tiempo con un partido político muy popular en España. Anda metido, al parecer, en corrupciones varias que afectan hasta a altos cargos del partido, pero no reconoce nada de eso. Por el contrario, sale todos los días en los medios de comunicación hablando de una versión de los hechos en la que la corrupción ni se menciona, pero, en su lugar, se acusa a jueces, fiscales, policías, prensa, Gobierno y a todo el que pase por allí de tramas imaginarias, delitos sin pruebas, conspiraciones supuestas, cruzadas de izquierdas y fábulas más o menos burdas. Parece que el intento consiste en montar un espectáculo llamativo y duradero para que nadie mire a la acera de enfrente, en donde están el botín y los protagonistas, o para que incluso algún ingenuo interesado se ponga en contra de la víctima porque se crea la historia que estos actores representan en medio de la plaza pública. Se trata, no de reconocer la realidad, sino de crearla de acuerdo con los propios intereses, como el que elabora un anuncio con el fin de vender algo. Sólo que aquí lo que se vende es la realidad, la vida misma.
Las veo como historias paralelas, formalmente iguales, en donde se confunden una pandilla de niñatas maleducadas y, por tanto, no preparadas para vivir en la sociedad sin molestar ni hacer sólo que les conviene, con un grupo político que aspira a gobernar este país.
Me pregunto quién habrá enseñado a quién, donde habrán aprendido esa manera de proceder. Me gustaría comprobar si cuando un ciudadano ve lo que hace un partido político tan popular, no entenderá que él puede hacer lo mismo. Si este partido tan popular es capaz de montar denuncias de jueces que luego se archivan, denuncias mediáticas sin pruebas que no se traducen en denuncias en el juzgado, si no tiene el menor pudor en no respetar las instituciones, ni en generar fantasmagorías interesadas, ni en mentir burdamente, ni en poner toda la sociedad al servicio de sus deseos, ¿por qué una niña no va a poder encararse con una guardia de seguridad en plena Gran Vía, a las 6 de la tarde, y con todo el pueblo a su alrededor?
Cuando unas niñas son capaces de copiar los métodos de los delincuentes, y un partido político reproduce los comportamientos de estas niñas, a mi me viene una tremenda sensación de asco. Y cuando me doy cuenta de que ese partido político tan popular y que cuenta con tantos adeptos y votantes puede gobernar el país, lo que me entra es miedo, me acojono. Entenderás ahora por qué estoy ascojonado.
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En el semáforo en el que ocurrieron los hechos suelen parar dos individuos vestidos como de rockeros, con unas greñas lacias y canosas que le cuelgan hasta los hombros, con muchas tachuelas y cueros, calzando unas botas, tanto en verano como en invierno, y con unos brazos profusamente tatuados en colores. Deben tener gran afición a respirar el aire puramente contaminado propio de la Gran Vía madrileña, pero en el momento del episodio sólo estaba allí uno de los dos. Lucía anillos de color plateado en todos los dedos y unas uñas crecidas y marrones que me hicieron desviar rápidamente la mirada y preferir la visión de la chica gritona o, incluso, de la guardia de seguridad, ya ausente. El tipo echó un paso adelante y con la intención de que la pequeña que había gritado la oyera, le dijo: “Oye, chica, vaya cojones que tienes ¿eh?”. La chica parece que no lo oyó, porque más bien estaba a otra cosa.
La chica iba con una compañera un poco más alta, con un tatuaje en el escote y un blusón sobre el pantalón. Su cara me llamó la atención porque no supe distinguir con nitidez si correspondía a un chico o a una chica, aunque probablemente fuera vestida de chica. Cuando, por fin, el semáforo se abrió, las dos cruzaron con paso acelerado. En una calle que desembocaba a esa altura la esperaban su presunta hermana y otra más, discretamente semiescondidas y supuestamente con el botín en las manos. Las recibieron con enorme alegría, como si hiciera mucho tiempo, al menos unos tres o cuatro larguísimos minutos, que no las hubiesen visto.
La técnica la he presenciado yo en otra ocasión en la Puerta del Sol y es muy simple. A está paseando y B le roba algo que rápidamente le entrega a C. Éste sale corriendo con el botín, pero B se queda allí para que A crea que es él el que tiene lo que le ha robado. B, ante la exigencia de A de que le entregue lo que le acaba de quitar, pone cara de ofendido y reacciona a gritos contando una historia mentirosa en la que él dice que no ha hecho nada y en la que le echa en cara a A el atrevimiento de insinuar que ha sido él quien le ha robado. Los gritos de B tienen que ser bien sonoros y su actitud, muy agresiva, de forma que A quede sorprendido, bloqueado, estupefacto y hasta asustado. El botín ya estará lejos, tanto más lejos cuanto más dure el discurso histriónico que B le esté escupiendo en las narices a la pobre víctima.
Como se puede observar, la maniobra consiste en sustituir la verdadera realidad por una sonora y llamativa mentira, en construir una realidad falsa para ponerla en el lugar de lo que realmente ha sucedido. Lo real no es lo que ha ocurrido, sino lo que a mí me interese que haya ocurrido.
(continuará)
No lo busques en el DRAE, que no lo trae. Pero terminarás comprendiendo lo que significa estar ascojonado.
Veníamos de tomar unos caracoles en La Huerta de Lleida e íbamos a comprar té a Bomec, una de las mejores tiendas de tés del mundo, en la calle de San Joaquín, perpendicular a Fuencarral. Caminábamos por la Gran Vía, a la altura del edificio de Telefónica. Hacía el calor de la mediatarde de un día de mucho calor en Madrid. Por la calle paseaba bastante gente, como casi siempre ocurre en la Gran Vía.
Íbamos a cambiar de acera cuando en la zona de espera del semáforo oímos uno gritos y un cierto alboroto. Lo que vimos fue a una guardia de seguridad de un establecimiento enfrentada a una chica joven, de menos de veinte años y más baja de estatura que la guardia. Aquélla vestía bastante bien, sin rotos ni zurcidos, y la guardia llevaba una porra y correajes y botas y escudos por la camisa, pero la chica joven le estaba gritando desde debajo de su barbilla de una manera desaforada e intimidatoria, con la misma firmeza y la misma convicción con la que una actriz puede estar representando el papel de su vida. Le decía: “A mi hermana no la tocas ¿eh?” “Tú no eres quién para tocar a mi hermana” “Tú eres una hija de puta”. Y en cada frase, la fuerza que le suministraba al grito hacía que sus talones se alzaran unos centímetros del suelo. La presunta hermana estaba ya en la acera de enfrente y los coches estaban circulando ya por la calzada. La guardia de seguridad, atónita, como indefensa y sin saber qué hacer, miraba desde arriba a la joven que gritaba. No sé si pasaría por su cabeza la idea de agarrar a la chica por la nariz y llevarla al establecimiento o si pensaría en pedir refuerzos para doblegar al enemigo. El caso es que, como parecía que no sabía qué hacer, no se atrevió a hacer nada, salvo proferir una especie de amenaza del estilo de “Vas a ver tú ahora” y dirigirse al interior del local en el que ejercía sus desconocidas e inoperantes funciones. Luego, desapareció.
(continuará)
Tienes que vivir. Pero la vida no es una obligación, ni un no hay más remedio, ni un otra vez lo mismo. La vida es un dejarse de historias y volcarse a vivir.
Te lo digo a ti y me lo digo a mí.
No pases por la vida de puntillas. Que tus pies dejen la huella en el camino. Que tus zapatos se mojen con el agua de la lluvia. No caigas en la rutina. Sobre todo, sé consciente de lo que haces, entérate de lo que vives. ¿Por cuántos jardines has pasado sin oler sus flores? ¿Ante cuánta mierda has mirado para otro lado sin preguntarte por qué estaba allí? No te contentes con mirar. Tienes que ver. No te contentes con ver. Tienes que preguntarte por qué. Y si no encuentras un porque, te quedas con el por qué, pero al menos no estarás vacío.
Tienes que enamorarte. Tienes que enamorarte de la vida. De lo agradable y de lo desagradable. También de lo desagradable, porque si estás enamorado de la vida, algo tendrás dentro para poder cambiar lo que no viene bien. Por lo menos para intentarlo. Porque en la vida sólo encuentras lo que pones. Si pones odio, te encontrarás odio. Pero si pones amor, encontrarás amor.
Ámalo todo, lo pequeño y lo grande. Ama hasta los ratos tediosos de las reuniones, de las esperas, de las escuchas, de los vacíos, del trabajo. Vuélcate en ellos y que no puedan contigo. Siéntete entonces vivo, creativo, consciente de lo que se hace allí y de lo que haces tú. Algo positivo encontrarás siempre en ellos o, si no lo encuentras, lo pones tú.
Y si el rato es agradable, no lo vivas como si no fuera contigo. Es el rato que tienes en ese momento para vivir, así que disfrútalo. Disfruta con la vida como cuando estás con la persona a la que quieres. Hártate de vivir. Vive como si la vida se fuera a acabar mañana. Empápate de la vida. Enamórate de la vida. Desea sentirte siempre vivo. Ingéniatelas para estar alegre y manda la tristeza a donde no la veas. Regala sonrisas como si estuvieras enamorado de todos y de todas y de todo.
Mira a los demás como si fueras tú mismo. Quiérelos como te quieres a ti, o más. Cánsate, pero de vivir, no de no hacer nada. No mates el tiempo, aprovéchalo. Ten siempre un proyecto a mano. Que se pueda contar siempre contigo. Ama la paz mucho más que la guerra. Ten sensibilidad con las causas perdidas y con los que lo tienen difícil. Comprende más que juzga. Escucha más que habla. Pregunta más que responde. Duda más que asegura.
Cuida tu cuerpo. Sólo tienes ese y te tiene que durar toda la vida. Haz deporte. Aprende a comer sano. Bebe sin hacerte daño. No te apoltrones delante de la televisión. Trátate con cariño. Enamórate también de tu cuerpo.
No tengas miedo a ser cariñoso. Es más desagradable no serlo. Sé tú, con tus razones. Deja de ser otro sin ninguna razón. Quiere, si quieres, a los que no quieres, pero a los que quieres, quiérelos más. No olvides que todo se puede amar. No te importe que te llamen raro. Sería peor que te llamaran vulgar u ordinario.
Y si la cosa se pone muy fea, llora. Que no te importe llorar. Pero hazlo con la misma intensidad con la que te ríes cuando la vida es amable contigo. Al fin y al cabo, nosotros nacimos de las lágrimas de los dioses o, quizás, de las lágrimas del amor.
Me gustaría que te dejaras de historias y que te enamoraras de la vida.