Estoy leyendo un libro interesantísimo escrito por Héctor Abad Faciolinde y titulado El olvido que seremos. No lo he terminado, pero de momento es el relato que hace un hijo de cómo fue educado por su padre, al que adoraba.
Quiero trascribir aquí un párrafo porque pone de manifiesto con claridad un estilo de educación, una forma de construir al hijo como ser humano.
Te confieso que yo no sé en qué sentido pronunciarme, si a favor o en contra de ese estilo. Pero me gustaría que, si tienes alguna opinión sobre este texto, que la pongas aquí porque así aprenderemos todos un poco. Gracias.
El texto dice así:
"Mi papá siempre pensó, y yo le creo y lo imito, que mimar a los hijos es el mejor sistema educativo. En un cuaderno de apuntes (que yo recogí después de su muerte bajo el título de Manual de tolerancia) escribió lo siguiente: “Si quieres que tu hijo sea bueno, hazlo feliz, si quieres que sea mejor, hazlo más feliz. Los hacemos felices para que sean buenos y para que luego su bondad aumente su felicidad”. Es posible que nadie, ni los padres, puedan hacer completamente felices a sus hijos. Lo que sí es cierto y seguro es que los pueden hacer muy infelices. Él nunca nos golpeó, ni siquiera levemente, a ninguno de nosotros, y era lo que en Medellín se dice un alcahueta, es decir, un permisivo. Si por algo lo puedo criticar es por haberme manifestado y demostrado un amor excesivo, aunque no sé si existe el exceso en el amor. Tal vez sí, pues incluso hay amores enfermizos, y en mi casa siempre se ha repetido en son de chiste una de las primeras frases que yo dije en mi vida, todavía con media lengua:
Quiero trascribir aquí un párrafo porque pone de manifiesto con claridad un estilo de educación, una forma de construir al hijo como ser humano.
Te confieso que yo no sé en qué sentido pronunciarme, si a favor o en contra de ese estilo. Pero me gustaría que, si tienes alguna opinión sobre este texto, que la pongas aquí porque así aprenderemos todos un poco. Gracias.
El texto dice así:
"Mi papá siempre pensó, y yo le creo y lo imito, que mimar a los hijos es el mejor sistema educativo. En un cuaderno de apuntes (que yo recogí después de su muerte bajo el título de Manual de tolerancia) escribió lo siguiente: “Si quieres que tu hijo sea bueno, hazlo feliz, si quieres que sea mejor, hazlo más feliz. Los hacemos felices para que sean buenos y para que luego su bondad aumente su felicidad”. Es posible que nadie, ni los padres, puedan hacer completamente felices a sus hijos. Lo que sí es cierto y seguro es que los pueden hacer muy infelices. Él nunca nos golpeó, ni siquiera levemente, a ninguno de nosotros, y era lo que en Medellín se dice un alcahueta, es decir, un permisivo. Si por algo lo puedo criticar es por haberme manifestado y demostrado un amor excesivo, aunque no sé si existe el exceso en el amor. Tal vez sí, pues incluso hay amores enfermizos, y en mi casa siempre se ha repetido en son de chiste una de las primeras frases que yo dije en mi vida, todavía con media lengua:
-Papi: ¡no me adores tanto!".
Bueno, éste es un tema muy interesante.
ResponderEliminarCreo que hacer felices a los hijos no es un objetivo en sí, porque eso a veces depende también de ellos mismos, de su propio carácter.
Es difícil educar a un hijo, pero sí creo que hay que poner unos límites, precisamente porque los queremos mucho y queremos que sean felices, sobre todo cuando los padres ya no estemos con ellos.
Educar a un hijo es algo complejo, continuado, que nunca acaba del todo, pero es lo mejor que a algunos de nosotros nos ha pasado en la vida.
Si te ha servido mi opinión....
Claro, Charo, que me sirve. Lo que no sé es si la felicidad trae consigo la humanidad, si un niño feliz dará lugar a un ser humano bueno, o si más bien será al revés.
ResponderEliminarUn desgraciado es posible que no llegue a ser bueno. Pero ¿basta la felicidad? ¿O, al menos es lo más importante? Lo que dices de los límites es de mucho sentido común.
Recuerdo ahora otra teoría. No recuerdo quién la defendía, pero decía que educar a un hijo era como fabricar una espada a partir de una barra de hierro. Había que calentarla, ponerla al rojo y "que sufriera" a base de darle golpes con el mazo. Sólo así la podríamos transformar en algo útil.
Seguramente ambas posturas tengan elementos útiles y conjugarlas explique el que la educación sea un arte.