Leo con una mezcla de indignación y de deseo de solidaridad con las mujeres las declaraciones del hombre Jaume Pujol Balcells, que ejerce la función de arzobispo de Tarragona y que pertenece, al parecer, al Opus Dei. Me parecen sus palabras un ejemplo más de una ignorancia antropológica y sociológica, de un tradicionalismo que no somete a autocrítica sus principios heredados y de una defensa interesada de su estatus y de su función social masculina.
Para evitar hablar y pensar como este hombre es muy importante no perder de vista la diferencia entre sexo y género. Cuando la mujer que ocupa en la actualidad el Ministerio de Sanidad e Igualdad evita emplear la expresión 'violencia de género' no sabe, ni como mujer ni como ser humano, lo que está diciendo. Repitámoslo una vez más. El sexo es algo que pertenece al terreno de la biología y estableces diferencias físicas entre los seres humanos, en virtud de las cuales, podemos hablar de hombres y de mujeres. Lo que la cultura y el pensamiento humanista nos han hecho ver es que no podemos hacer derivar desigualdades sociales de las diferencias biológicas, no podemos relacionar las diferencias físicas corporales con un disfrute diferente de los derechos humanos que, como tales, son iguales para todas las personas. Este hombre dice que él no puede traer hijos al mundo y, en cambio, las mujeres, sí. Pero ¿y qué?, si eso nadie lo discute. El problema está en que este señor extrapola estas diferencias meramente biológicas hasta terrenos distintos, en los que establece diferencias para las que no hay ninguna justificación racional admisible, como cuando saca la conclusión de que como él no puede parir (por cuestiones biológicas), tampoco las mujeres pueden oficiar la misa, cosa que no tiene nada que ver con la biología, sino con tradiciones que a este hombre, como machista que ejerce, le interesa mantener. Mezcla así sexo y género porque o no sabe o no le interesa saber sus diferencias.
Es muy importante conocer y no olvidar las diferencias entre los conceptos de sexo y género, porque ellas nos ayudan a entender la maniobra que los machistas han ideado para ocupar los mejores puestos en la sociedad a costa de las mujeres. Así como el sexo está relacionado con la biología, el género se refiere a las funciones que las personas desarrollan en la sociedad. El machismo, porque le interesa, ha dividido las funciones que las personas desarrollan en la sociedad en dos grupos. Unas son las más importantes, las que implican dirigir y mandar e, incluso, el uso de la fuerza, las que se desarrollan de cara al exterior e implican algún tipo de importancia social. Según ellos, son asuntos masculinos y los deben poner en práctica los hombres, los que poseen el sexo del varón. Las otras funciones, las que carecen de importancia, son secundarias, implican valores, como la belleza y la dulzura, o contravalores, como la obediencia y la sumisión, son llamadas femeninas y propias de las personas que tienen el sexo de mujer.
Se establece así una división social en géneros -masculino y femenino- que el machista quiere hacer derivar de la diferencia de sexos – hombre y mujer. Pero esta división social en géneros, primero, no está justificada con ninguna razón de peso. Y, segundo, no responde más que al prejuicio del machista, que se cree superior a las mujeres y por eso se atribuye él las mejores funciones, y a su propio interés por reservarse dichas funciones porque le favorecen. Como el cura se cree superior a las mujeres, se atribuye el papel de usuario del altar, dejándole a ellas las tareas de limpiarlo, prepararlo y mantenerlo para que cuando llegue él esté en perfectas condiciones para desarrollar su función. Cuando la mujer quiere liberarse y gozar de los mismos derechos que los hombres, el machista puede reaccionar en contra de las mujeres y en defensa de su supuesta superioridad. Aparece entonces la violencia de género, violencia que siempre se ejerce en virtud de esa supuesta superioridad y no por otros motivos, razón por la cual nunca puede hablarse de violencia de género cuando es una mujer la que la ejerce. La mentalidad de este cura, que no ayuda a fomentar la igualdad, sino que favorece las diferencias, se sitúa así en la línea que puede conducir a este tipo de violencia, aunque él no lo sepa.
Otra característica de estos machistas poco evolucionados es su tendencia al simplismo y su aversión a admitir a los diferentes. Cualquier diferencia implica para ellos inferioridad, razón por la cual les lleva a hacer afirmaciones tan bastas como que los homosexuales no tienen un comportamiento adecuado ni para ellos ni para la sociedad. Su mente, al parecer, no está para ver que hay muchas maneras de vivir en el mundo y sólo son capaces de admitir lo que la rancia tradición les ha hecho llegar. Así, homosexuales, bisexuales, transexuales y sus correspondientes maneras de crear familias les parecen aberraciones que no pueden entrar en los estrechos cauces de su simpleza mental.
Este cura no es más que un vulgar ejemplo de machismo, interesadamente ignorante de lo que dice y de lo que hace, y un pésimo ejemplo para esas mentes débiles, que buscan en la religión una orientación para sus vidas y unos criterios para educar a sus hijos, y que son incapaces de encontrarlos por sí mismos usando el medio más potente que tienen a su alcance: la razón.