Tal día como hoy de 1888 nació Hedwig Conrad Martius.
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El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
El peligro de tontear con dictadores es enorme. Hablo de alabarlos, defenderlos, seguirlos y votarlos.
Un dictador es un anomalía de la humanidad. Adolecen de antidemocracia. Tanto él como sus seguidores parten de que no todos tenemos los mismos derechos. Creen que hay gente superior. Se consideran así porque les interesa a ellos y al grupo dirigente, y se esfuerzan para que sus seguidores lo crean también. Les gusta mucho más lo vertical que lo horizontal.
¿Qué busca el dictador? Sobre todo, dos cosas: satisfacer su ego y llenar sus bolsillos. La psicología del dictador suele estar desequilibrada. Sus caprichos suelen ser más importantes que lo poco que les dice su razón, que suele estar bastante desengrasada. Que quiere invadir un país vecino, pues lo invade. Que quiere dar un golpe de estado, pues lo da. Que quiere el poder aunque sea mintiendo miles de veces, pues lo intenta. Que quiere que su familia se lucre porque es su familia, pues los lucra. Que aspira a cambiar las leyes para que todo sea un negocio y beneficie a los ricos, pues hay que hacerlo.
Un dictador, diga lo que diga, jamás hará nada que beneficie a la colectividad. El objetivo de sus decisiones son o su propio interés o los privilegios de sus amigos, de su familia o de quienes le ayudan.
Es muy peligroso tontear con dictadores.
Nunca supo ser un buen político. Nunca supo nada ni de leyes ni de estrategias ni de humanidad ni de política. Se equivocó constantemente. Ha hecho un daño tremendo a la democracia, a quienes han confiado en él y al país, pero él cree que lo ha hecho bien. Ahora tampoco sabe por qué tiene que irse.
En este país están surgiendo políticos de nuevo cuño seriamente trastornados. Uno se ve obligado a irse de la política y luego lo echan del trabajo. Otra se cree la enviada omnipotente del Altísimo y ya está en la fiscalía. Otro se inventa una manera barriobajera, chulesca, insultona e inútil de hacer política y ahora no sabe por qué se tiene que ir.
Todos estos nuevos políticos sueñan. Sueñan demasiado. Tienen unos egos que no han aprendido a dominar y solo manejan su mediocridad y sus delirios de poder. Los más embrutecidos de ellos quieren el poder como sea, porque se consideran enviados de los amigos del dinero para, desde las altas cimas del mando, cambiar las leyes como sea, de manera que todo se convierta en un negocio que favorezca a los ricos. Saben que muchos pobres -que se olvidan de que lo son- se identifican con este ideal y los van a apoyar. Mientras tanto, se pelean entre ellos porque todos, en medio de su mediocridad asustante, creen tener la verdad, y llega un momento en que no hay sitio para tantas verdades.
¿Qué pensar ahora de esa prensa que los apoyó contra todas las evidencias? ¿Les habrán pagado antes de todo esto? ¿Qué pensarán quienes iban gritando por la calle con banderitas, como si defendieran al Sumo Hacedor? ¿Quién curará ahora la desafección producida entre la gente sana que ha creído que esta política de gritos e insultos no merecía la pena? ¿Quién reparará todo el daño que han hecho al país? Y todavía queda otra, aunque esté atropellada por unas comisiones...
Está la persona, el ser humano. Y están los personajes, las funciones que la persona cumple a diario en la sociedad y que le hacen encarnar a unos seres que enmascaran, al menos parcialmente, a la persona. El vendedor, por ejemplo, cuando ejerce su función, no es un simple ser humano, sino que cumple un papel concreto encaminado a cumplir bien su función; debe decir y hacer cosas que, si fuera una mera persona, posiblemente no haría. El médico, cuando se pone la bata blanca, dice y hace cosas que deja de hacer cuando se la quita. Son como los actores, que en el escenario desempeñan unas funciones que cesan en cuanto se bajan de las tablas.
Entre la persona y el personaje que desempeña en la sociedad hay relaciones. La persona influye en el personaje. No todas las personas desempeñan igual una misma función. Pero el personaje también influye en la persona. Un médico que está acostumbrado a convivir con el dolor de los demás seguramente tiene una visión de la vida muy distinta a quien se pasa el día intentando vender casas a los clientes. Siempre hay un diálogo entre la persona y el personaje.
Nos pasamos el día desempeñando el papel del personaje que nos toca ejercer en cada momento. Somos padres, esposos, profesionales, amigos, ciudadanos, víctimas, opinadores, compradores o conductores. Muchos papeles para un solo actor. Muchos personajes para una sola persona. Cuando encarnamos cada uno de estos personajes, nos volcamos en ellos para que aparezcan de la mejor manera posible, pero ¿dónde queda la persona? ¿se pierde la persona para que gane el personaje?¿ponemos tanto interés en la persona como ponemos en cada uno de los personajes?
Una reflexión sobre la persona que somos es algo que deberíamos hacer durante un rato cada día y que, sin embargo, solemos olvidar. Creo que uno de los sentidos actuales del Carnaval es ayudarnos a redescubrir y a cuidar la persona que somos, esa que se esconde debajo de los diferentes disfraces que usamos cada día y que terminan siendo más importantes que el propio actor que los viste. Quitándonos los disfraces habituales y poniéndonos otro diferente, puede que aflore más fácilmente la persona que llevamos dentro y podamos ver con mayor claridad cómo somos.
Hace un par de años di por terminada mi asistencia en directo a los Carnavales. Ahora los viviré a mi manera, pero no olvidaré lo que aprendí en estas fiestas: debajo del disfraz hay una persona y descubrir cómo es ella es algo que debe ser importante cada día, en cada acto que hagamos, en cada momento que vivamos.