Está la persona, el ser humano. Y están los personajes, las funciones que la persona cumple a diario en la sociedad y que le hacen encarnar a unos seres que enmascaran, al menos parcialmente, a la persona. El vendedor, por ejemplo, cuando ejerce su función, no es un simple ser humano, sino que cumple un papel concreto encaminado a cumplir bien su función; debe decir y hacer cosas que, si fuera una mera persona, posiblemente no haría. El médico, cuando se pone la bata blanca, dice y hace cosas que deja de hacer cuando se la quita. Son como los actores, que en el escenario desempeñan unas funciones que cesan en cuanto se bajan de las tablas.
Entre la persona y el personaje que desempeña en la sociedad hay relaciones. La persona influye en el personaje. No todas las personas desempeñan igual una misma función. Pero el personaje también influye en la persona. Un médico que está acostumbrado a convivir con el dolor de los demás seguramente tiene una visión de la vida muy distinta a quien se pasa el día intentando vender casas a los clientes. Siempre hay un diálogo entre la persona y el personaje.
Nos pasamos el día desempeñando el papel del personaje que nos toca ejercer en cada momento. Somos padres, esposos, profesionales, amigos, ciudadanos, víctimas, opinadores, compradores o conductores. Muchos papeles para un solo actor. Muchos personajes para una sola persona. Cuando encarnamos cada uno de estos personajes, nos volcamos en ellos para que aparezcan de la mejor manera posible, pero ¿dónde queda la persona? ¿se pierde la persona para que gane el personaje?¿ponemos tanto interés en la persona como ponemos en cada uno de los personajes?
Una reflexión sobre la persona que somos es algo que deberíamos hacer durante un rato cada día y que, sin embargo, solemos olvidar. Creo que uno de los sentidos actuales del Carnaval es ayudarnos a redescubrir y a cuidar la persona que somos, esa que se esconde debajo de los diferentes disfraces que usamos cada día y que terminan siendo más importantes que el propio actor que los viste. Quitándonos los disfraces habituales y poniéndonos otro diferente, puede que aflore más fácilmente la persona que llevamos dentro y podamos ver con mayor claridad cómo somos.
Hace un par de años di por terminada mi asistencia en directo a los Carnavales. Ahora los viviré a mi manera, pero no olvidaré lo que aprendí en estas fiestas: debajo del disfraz hay una persona y descubrir cómo es ella es algo que debe ser importante cada día, en cada acto que hagamos, en cada momento que vivamos.
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