martes, 14 de julio de 2020

El viejo



Llegó el viejo con su cargamento de certezas absolutas, de verdades definitivas, de afirmaciones inapelables. Ni una sola duda nublaba el firmamento limpio de sus ideas fijas. Había llegado a la cima del conocimiento y el convencimiento firme había logrado que sus palabras fueran siempre acompañadas de una media sonrisa de superioridad y de una seguridad propia solo de los que se creen elegidos por la sabiduría. No escuchaba. No necesitaba escuchar. No le interesaba lo que decían los demás, porque toda la sabiduría estaba ya depositada en él. Era una sabiduría rebosante la que creía albergar en su mente. Si alguien osaba relatar alguna historia, pronto era interrumpido por el viejo para indicar que eso que oía era como lo que él había vivido en alguna ocasión, o que tenía un relato más interesante que el que comenzaba a expresarse o que la explicación sobre el imaginario problema que creía oír era la que él tenía. Era imposible expresar algo que tuviera más de diez palabras estando él presente. Nunca decía nada con la suficiente entidad como para truncar el discurso del otro, pero lo truncaba. Siempre tenía razón. Siempre creía tener razón. Nunca los demás habían llegado a las cimas de conocimiento que él había alcanzado. 

Cualquier objeción, por muy argumentada que estuviera, la convertía en una ocasión para volver a expresar sus ideas definitivas. Era frecuente que los demás no estuvieran contando fielmente el relato que habían iniciado, lo cual era un motivo ineludible para que lo hiciera él con toda perfección. El viejo ni escuchaba ni dejaba hablar, ni aprendía ni enseñaba nada, ni expresaba nada interesante ni permitía que alguien dijera algo atractivo. Era parecido a un cuchillo que ya no corta ni aunque se afile, a una flor que ya perdió su lozanía, al cuadro sin calidad que el autor quiere mostrar como magnífico, a la nada cubierta por envoltorios llamativos, pero sin valor.

El viejo no tenía mucha edad, pero es que con los muchos años lo que aparece es la ancianidad. La vejez, en cambio, es un estado mental en el que se paran las máquinas, en el que alguien cree que ha llegado al culmen de su desarrollo, en el que la búsqueda deja paso a la repetición, en el que el cambio deja paso a lo inmóvil, en el que la evolución deja de tener sentido y la aspiración se limita a la conservación, en el que el otro se reduce a una excusa para mostrarse a sí mismo. La vejez puede llegar a cualquier edad. Se puede ser anciano y, a la vez, no ser viejo. Se puede ser viejo sin llegar a ser anciano. Al viejo se le ha muerto la mente antes de tiempo y ahora espera sin deseo que se le muera el cuerpo.

50 años de la muerte de Luis Mariano





Hoy se cumplen 50 años de la muerte del gran tenor español Luis Mariano. Triunfó en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, sobre todo en el extranjero y, particularmente, en Francia, en donde lo consideraban como suyo. En España, en cambio, estaba acostumbrado a encontrar en los teatros esas sonrisas intolerantes que terminaban lanzándole el grito de ¡Maricón! Era la misma reacción cateta que se advierte hoy en los estadios de fútbol cuando, por ejemplo, a un jugador negro le llaman ¡Mono! Grabó un buen número de discos y protagonizó varias películas de éxito. Su cuerpo reposa en el cementerio de Arcangues, en el país vasco-frances. En su tumba nunca faltan flores.

Escuchamos una versión suya de "Maïte" en castellano y en euskera.

Luis Mariano.

Agustín de Betancourt. Hombres y Mujeres de Ciencia. El Calendario de Bautista. 14/ 7/ 2020.





Tal día como hoy de 1824 murió Agustín de Betancourt

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lunes, 13 de julio de 2020

Mascarillas



Tal como están las cosas, la ausencia o el uso caprichoso de la mascarilla dan un nivel, salvo en casos justificados por una enfermedad, de la estupidez humana.

James Bradley. Hombres y Mujeres de Ciencia. El Calendario de Bautista. 13/ 7/ 2020.




Tal día como hoy de 1762 murió James Bradley

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Los lunes, músicas nuevas. Melenas


El grupo femenino MELENAS, de Pamplona, publica este divertido videoclip lleno de alusiones a series de TV, a películas y videojuegos de su adolescencia. Van por su segundo álbum y la crítica valora mucho su estilo musical, y un poco menos su estilo vocal.

domingo, 12 de julio de 2020

Dicho en el pasado. Agresividad

De chico me enseñaron que había tres enemigos del alma, que eran el mundo, el demonio y la carne. De mayor aprendí que el alma no existía, que lo que tenemos es la mente, que es otra cosa mucho más material que el alma, y que el mundo es un reto, pero no un enemigo, que el demonio no existe y que la carne es una agradable realidad que muchos quieren todavía denostar. De lo que me he dado cuenta es de que uno de los enemigos de la mente es la agresividad, sobre todo esa que se queda como en la puerta de salida, que se anuncia, pero que no acaba de aparecer. Si yo pudiera, eliminaría cualquier agresividad del mundo. Seríamos todos mucho más felices. Buenas noches. Besos y abrazos.

Richard Buckminster Fuller. Hombres y Mujeres de Ciencia. El Calendario de Bautista. 12/ 7/ 2020.





Tal día como hoy de 1895 nació Richard Buckminster Fuller

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sábado, 11 de julio de 2020

El hombre que tenía alma de toro



Lo más importante no es vivir, sino vivir humanamente.

No tenía cuernos, claro, pero tenía el alma de toro bravo. Estábamos reunidos formando un círculo de bastantes personas, todas con las precauciones propias del momento y separadas suficientemente entre sí. La imagen me recordaba el ruedo ibérico. Una señora de mediana edad hacía de alguacilesa junto al presidente, que no estaba en el palco, sino, como uno más, allí abajo, en el ruedo. Era una de esas reuniones convocadas de cualquier manera, sin guardar las formas y con evidentes intereses vividos con ansiedad por quienes organizaban la cita. De manera espontánea se fueron formando dos bandos en el redondel. La alguacilesa pronto pareció estar del lado de los convocantes. Estos, en cuanto alguien pedía la palabra y se manifestaba de manera crítica, no le dejaban hablar con gritos y aspavientos. El hombre con alma de toro dejó ver pronto su bravura. Cuando hablaba, daba muestras de que le hervía la sangre y avanzaba con fiereza a medio contener hasta el centro del ruedo, desde donde emitía embestidas verbales contra quien osaba pensar de manera contraria. A veces, incluso llegaba hasta la mesa de la alguacilesa, a la que le contaba cosas que los demás no oíamos. Vi la conveniencia de pedir la palabra. Siempre me ha resultado eficaz iniciar mis intervenciones con un silencio, para que el auditorio se calle y preste atención. Tras él, comencé a exponerles los detalles que me parecían poco claros de la convocatoria.
—Si usted no está de acuerdo, se calla —gritó el hombre con alma de toro avanzando un poco hacia el tercio.

Tan irrespetuosa expresión levantó murmullos entre parte de los asistentes. Le pedí a la alguacilesa que moderara la reunión porque así no íbamos a llegar a ninguna parte sensata. Pude seguir con mi intervención. Les dije que les estaba dando los motivos por los que la convocatoria de la reunión podría ser impugnada.
—Está usted amenazando. Eso son amenazas —lanzó el hombre con alma de toro, cada vez más rojo, entre los comentarios del tendido.

Pedí que me permitieran hablar. Pude hacerlo y les conté el argumento que consideraba más claro por el que aquella reunión, en mi opinión, no estaba convocada siguiendo la legalidad.
—Si usted no está de acuerdo, váyase a su casa, que es lo que tiene que hacer, irse a su casa.

Se montó una buena bronca porque muchos se dieron cuenta de que allí al discrepante se le intentaba excluir de muy malas maneras. El hombre con alma de toro daba indicios de parecer un miembro defensor de regímenes antiguos: no admitía más opiniones que la suya, creía que tenía toda la verdad y reaccionaba como si los pareceres adversos fueran puyas que le endosaban en el lomo. Todos debíamos comulgar con sus ideas, y si no, ya lo había dicho alto y claro: ¡A callar y a casa!

Más tarde tuvo otro altercado. Se empeñó en que tampoco podía hablar otro participante. Soltó su bravura a grito pelado y el afectado, ya harto de actitudes tan antisociales y tan poco democráticas, no pudo expresar sus argumentos, pero le dijo vehemente, repetida y firmemente que era un maleducado.

No sé si el hombre que tenía el alma de toro tuvo un momento de lucidez o alguien de su entorno le previno de que estaba quedando en mal lugar, que su imagen no estaba siendo muy presentable, y se retiró a un segundo plano.

El espectáculo, visto en la distancia, fue entretenido, gratis, lamentable y resultó una muestra muy clara del peligroso “Todo vale” que está destrozando la moral y la sociedad. Lástima que nadie lo grabara, porque podría ilustrar la idea de lo que no es vivir humanamente.