El viejo no huele la vida. Se acostumbró a
vivir según sus estrechas razones, sus costumbres acartonadas, sus
prejuicios forjados a la defensiva, sus visiones ya previstas y sus
argumentos de siempre. La puerta de entrada a lo nuevo, se cerró y,
con ella, la que dejaba paso a la vida.
Lo nuevo suele llegarnos por un cierto olfato.
Sólo el joven, de mente abierta y espíritu siempre dispuesto a la
aventura de la vida, huele dónde está lo que merece la pena, cuál
es el lugar en el que se puede encontrar la frescura, quiénes son
las personas para las que vivir es importante. El joven huele la sed
de aprender, lo imprescindible que es dar y recibir cariño para que
la vida sea buena, la falta de miedo al cambio, la potencia de la
novedad, la importancia del cuerpo frente a la del vestido y de la
mente frente a la de lo ya establecido, la necesidad de la crítica,
el dolor de la impotencia y la fuerza de la esperanza.
Hay cosas, personas y situaciones que
podemos olerlas sin verlas, sin conocerlas del todo, sin entenderlas.
Te las puedes encontrar sin haber previsto su aparición, sin
haberlas buscado, y te abrazas a ellas porque te huelen a vida. Sin
saber racionalmente nada de lo que estás viviendo, te recuerdan al
rocío fresco de la mañana, al sonido potente del mar, al horizonte
inacabable y a la profundidad de la noche.
La vida entra por el olfato, pero tienes que estar en disposición de que pueda entrar. Buenas noches.
La vida entra por el olfato, pero tienes que estar en disposición de que pueda entrar. Buenas noches.