Los ojos sirven para ver. Del exterior
nos llegan unos estímulos que los ojos convierten en sensaciones
visuales para que el cerebro luego las entienda y nos informe de lo
que estamos viendo.
Pero los ojos sirven también para
mirar. La mirada es un mensaje que sale de la mente y que se dirige a
través de los ojos hacia el exterior. A veces la mirada es una
opinión; a veces, una pregunta; a veces, un juicio; a veces, una
puñalada en el alma.
Hay miradas realmente desagradables de
contemplar o de sufrir: la mirada de un bobo que parece que no ha
visto nunca un ser humano; la mirada del sucio machista que confunde
a la mujer con una cosa que cree que está a su disposición y que le
dice con la mirada lo que a ningún ser humano le gustaría oír; la
mirada enferma del que huye de sí mismo y se dedica a cotillear o a
hacer preguntas impertinentes, como si tuviera que hacer un informe
exhaustivo sobre ti; la mirada de desprecio de quien tiene el ego
fastidiado y que necesita sentirse superior a cualquiera que aparezca
delante de él; la mirada fija, juzgadora, enfadada, del loco que
necesita mandar sobre ti para que tenga algo de sentido su vida; la
mirada del que está enfadado con el mundo; la mirada de quien te
odia o te desprecia; la mirada absurda de quien reconoce su sumisión;
la mirada de la crueldad; la mirada del policía que te grita sin
sentido; la mirada del bruto que te amenaza; la mirada de quien
quiere utilizarte.
Pero hay también miradas que encierran
una calidad tal que nada como ellas son capaces de expresar lo que
sentimos. Cuando, por ejemplo, de verdad sentimos ternura, nuestra
mirada adquiere una fuerza expresiva y una belleza que difícilmente
podemos lograr de otra manera. Creo que hay que saber ver la belleza
en la mirada que descubre en la otra persona su belleza, su
elegancia, su saber estar, su simpatía. Es una mirada de
reconocimiento hacia el otro, de admiración de sus valores físicos
o mentales, una mirada limpia, respetuosa, que no quiere nada, sino
que expresa la valía y la superioridad de lo que ve ante sí. Hay
que aprender de la mirada del niño que está sorprendido por algo, o
de la de la persona que ha entendido algo y mira el mundo con
alegría, o de quien está realmente agradecido, o de quien de verdad
no quiere que te vayas, o de quien está sinceramente arrepentido, de
quien tiene ganas de vivir, de quien te quiere, de quien está en una
situación de relax, de quien está poseído por la alegría o de
quien se siente feliz.
Sea cual sea la situación, la mirada
más bella creo que es aquella en la que se refleja claramente la
limpieza de la intención, el cariño en el gesto, la generosidad en
lo que propone y las ganas sinceras de intentar un mundo mejor. Una
mirada bella identifica mejor que nada a un ser humano.
Pero, en cierto modo, se puede mirar
también con los ojos cerrados. Te invito a que esta noche, en el
umbral del sueño, mires a quien quieres como te gustaría que te
miraran a ti, con la calidad que atesora una mirada que sale
directamente del corazón. Buenas noches.