Iba yo en un tren de alta velocidad. Del otro lado del pasillo estaban sentadas, frente a frente, una mujer de unos 35 años, otra de unos 20 y un niño de 2 o 3, de cuidada melena rubia y vestido con ropas aparentemente carísimas, sentado en la falda de la primera. De las conversaciones que mantenían deduje que ninguna de las dos era su madre. Ambas iban bien vestidas, con vaqueros estilosamente raídos, bolsos de buen diseño, gafas de marca, ipods y chalecos acolchados.
Me enteré también que ninguna de las dos tenían parentesco entre sí, pero la madre del niño, que no estaba en el tren, les había sacado sendos billetes con la tarifa de familia numerosa y, lógicamente, no tenían ningún documento o carné que lo justificara.
En un momento dado vino el interventor y les pidió que pagaran las diferencias entre la tarifa que les correspondía y la que habían usado injustificadamente. No tenían dinero. El ferroviario entonces les pidió el DNI y la dirección para que Renfe pudiera cobrar el dinero de la estafa.
El niño, a pesar de que el interventor estuvo bastante correcto, dijo que tenía miedo. Después de terminado el episodio y cuando el interventor ya había desaparecido, el niño volvió a decir que tenía miedo.
Me hago algunas preguntas ¿de dónde le ha venido el miedo al niño? ¿Nació ya con él o se lo metieron luego en su mente? ¿Así se han hecho ricos estos pájaros, estafando a las empresas y no pagando lo que les corresponde? ¿Esto se arregla simplemente pagando, sin ninguna multa que les haga recapacitar y volver a los usos y costumbres de los mortales? ¿Qué será de este miedoso niño rubio dentro de treinta años?