Hoy he comprendido que no se debe cerrar antes de tiempo la puerta de lo que pueda pasar. Durante mucho tiempo tuve muy presente que siempre ocurre lo inesperado, pero a veces parece que lo olvido. Hay que procurar no vivir como si todo dependiera únicamente de uno mismo. No todo tiene arreglo, pero muchas cosas tienen más arreglo del que uno le ve cuando se las plantea en soledad. O sea, que hay que dejar abiertas las puertas e introducir más perspectivas. Es sano y útil.
El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
martes, 11 de mayo de 2010
lunes, 10 de mayo de 2010
Espacio
Tendemos a explicarnos la vida en términos de tiempo. Pensamos, a veces, que vivir es ir cambiando en el tiempo, avanzar en el tiempo, aprovechar el tiempo, no perder el tiempo, durar un tiempo o vivir en un tiempo. Pero nos olvidamos del espacio. La realidad es que una persona que viva hoy es muy probable que cambio 2 0 3 veces de trabajo y de lugar de residencia. El espacio, los espacios, forman parte también de la estructura de la vida. Así que no cabe echar demasiadas raíces en ningún sitio ni vivir en ningún lugar como si fuera el definitivo. Eso envejece o es síntoma de que se ha envejecido. Aparte de más humano, también es más rentable un discreto cosmopolitismo.
domingo, 9 de mayo de 2010
Otra menos
La vida
sábado, 8 de mayo de 2010
Sevillanas
viernes, 7 de mayo de 2010
Lo que hay
Estoy cansado. Estoy agobiado. No estoy harto, pero es una situación parecida. Tengo que hacer cosas que no me apetecen, pero que debo hacer. Cuando no tengo sobre qué escribir, siempre procuro mirar lo que hay y contarlo: siempre hay gente de la que hablar o sucesos que contar. Pero hoy sólo puedo hablar de mí y no decir casi nada. Sólo que estoy agotado. Pero no estoy mal. Lo que hago creo que tiene sentido, pero es una paliza. Tengo que descansar.
jueves, 6 de mayo de 2010
Pañuelo / 6
Ves con los ojos, pero miras con tu biografía. Tu mirada, la parte de la realidad en la que te fijas, la interpretación que haces de los datos que tu vida te ofrece en cada momento, es fruto de todo lo que has hecho con tu existencia a lo largo de tu historia. Puede que tu mirada esté limpia, pero es posible también que esté llena de prejuicios, de actitudes que no te has parado a pensar si son razonables y justas o no, de fijaciones que te has ido fraguando porque tu cobardía o tu pereza o tus errores inadvertidos te han llevado a ello, de creencias en abstracciones, en meras opiniones que tú te has tomado por definitivas. Es posible que juzgues con excesiva facilidad. A veces el yo lo pide y para sentirnos superiores, sin serlo, nos dedicamos a juzgar sin criterio a los demás. En realidad, somos un continuo ir haciéndonos, una permanente puesta en tela de juicio de nuestras ideas. Y si no lo crees, lee este precioso texto, tomado de internet, que me ha enviado mi amigo Eduardo Redondo, un espléndido ser humano que cree que el sentido de su vida está en irse a vivir, a convivir, con los pobres de la favelas de Brasil.
Lo pongo aquí, como me sugiere él, relacionado con el tema del pañuelo. Cuando juzgues a alguien que lleve un pañuelo o una prenda cualquiera o que sea como sea, acuérdate del negro africano y de la rubia alemana.
Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e inequívocamente germana adquiere una bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar, descubre con estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja. De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de nuestros ricos países. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.
Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y los consideran individuos inferiores. A todas esas personas que, aun bienintencionadas, les observan con condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos libremos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre alemana, que creía ser el colmo de la civilización mientras el africano, él sí inmensamente educado, la deja comer de su bandeja y tal vez pensaba: “Pero qué chiflados están los europeos”.
miércoles, 5 de mayo de 2010
Inteligencia
martes, 4 de mayo de 2010
Pañuelo / 5
Me equivoqué de escenario y saqué el tema del pañuelo en ambientes no propicios, con lo cual me vi en la necesidad de llevar una conversaciones contra la pared de quienes se empeñaban, contra viento y marea, en sostener una defensa de sus posturas sin argumentos.
- Hay que ver -dije-, se empeñan en meternos a todos la fiesta católica del Corpus y, encima, no dejan que una chica vaya a clase con el pañuelo. Parece que sólo vale lo de una religión.
- Pues claro –me contestó, entre sorprendida y casi ofendida-, es que estamos aquí, y el extranjero que viene se tiene que adaptar a las costumbres de aquí. Yo, cuando fui a Tailandia, me tuve que comprar una falda larga porque no querían que fuese enseñando la piernas.
- Pero si te pareció mal que no te dejaran ir como tú querías, ¿por qué lo reproduces aquí y te empeñas en que los demás vayan como tú quieres, no como quieren ellos?
- Porque en cada sitio tienen sus costumbres y hay que adaptarse a ellos.
- Pero, si te pareció mal en Tailandia, ¿no te parece mal también que ocurra aquí?
Y terció una tercera persona, a la que le agradecí su intervención, porque yo, ante tal renuncia a la libertad personal, no tenía ganas de decir nada más. Si la libertad consiste en adaptarse incondicionalmente a costumbres que no muestran su racionalidad ni que te dejan ser tú mismo, está claro que mi mundo no es de ese reino.
Como yo estaba cansado y creo que hay cosas que no aprendo, media hora más tarde y creyendo que estaba en territorios ilustrados, vuelvo a sacar el tema. Arrecian en este caso las palabras en favor del prohibicionismo. Mis interlocutores insisten en no situarse en una perspectiva religiosa para analizar el tema del pañuelo, con lo cual estoy yo muy de acuerdo. Uno me dice que es que con el pañuelo las chicas, al llevar los oídos tapados, no oyen bien. Le digo que oyen perfectamente, según he observado, pero no cala mi testimonio. Otro dice que si toleramos el pañuelo, tendríamos que admitir también que un alumno fuera a clase con un casco de astronauta o con un sombrero mexicano. Arguyo que, mientras no creen un conflicto de orden público o no provoquen un caso de inseguridad, como el caso del burka, por mí pueden ir como quieran. De lo que se trata, digo, no es tanto de prohibir, sino de analizar racionalmente si es sano o si molesta ir con tales indumentarias, para que sea el propio sujeto el que decida lo que debe hacer. Educar creo que es convencer, no imponer ni prohibir. Otra me dice que es intolerable que las niñas vayan enseñando el tanga o los pechos. Les digo que eso lo hacen con una naturalidad y una falta de intención que no tienen nada que ver con nuestra mirada ya viciada de adultos educados en un catolicismo ñoño. Obtengo poco éxito. El más insistente de mis contertulios expone repetidamente la necesidad de que haya unos mínimos que se tengan que respetar en los espacios públicos.
- Pero ¿cuáles son esos mínimos, aparte de los del orden público y la seguridad, y cómo se salva la libertad de cada cual de ir como elija? Y ¿quién pone esos mínimos?
- El Gobierno. Los mínimos los debe poner el Gobierno, que debe regular la vestimenta de la gente en los espacios públicos.
Me acuerdo del artículo 14 de la Constitución, que dice que los españoles son iguales ante la Ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. Y también de los dos primeros artículos de la Declaración de los Derechos Humanos, que van en la misma línea. Pero opto por recordar lo tarde que es y la necesidad de comprar naranjas, que se acabaron esta mañana.
Espero que no lleguemos a que un Gobierno me diga lo que me puedo poner encima. Espero, mujer que me lees, que ningún Gobierno te diga la longitud que debe llevar tu falda, la amplitud posible del escote de tu vestido o si puedes mostrar el ombligo o no. Espero que las libertades sigan siendo un valor en este país. Uf.
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