Aunque nos estemos acostumbrando a mirar para otro lado y casi no nos damos cuenta, yo creo que todo está en crisis. No sé si siempre ha estado todo en crisis, o si es cosa que ha empezado recientemente y que se nos ha instalado entre nosotros sin hacer mucho ruido. El caso es que ahora me parece a mí que la crisis es demasiado general. Y no me refiero a la crisis económica, sino a una crisis más amplia que afecta a valores, a formas de vida, a maneras de entender la realidad, a las pequeñas y a las grandes cosas que forman la existencia. O puede que sea que la velocidad a la que discurre todo va dejando por el camino, como si fuera por efecto de alguna fuerza centrífuga, trozos de realidad, mientras otros trozos avanzan a ritmos vertiginosos hacia no se sabe qué rincones ansiados.
Una crisis es una separación, una rotura de algo en partes y que necesita ser analizado. Así, hacer una crítica es separar lo criticado en sus partes constitutivas y analizarlas para ver si valen o no valen.
Es posible que uno de los sectores sociales en los que esta crisis, esta separación, se ha hecho más evidente sea en el del periodismo. Siempre ha habido periodismo amarillo, sensacionalista. Pero, quizás, las cotas a las que está llegando en la actualidad nunca se habían alcanzado.
El pasado 6 de septiembre, el estupendo escritor argentino
Tomás Eloy Martínez publicaba a la vez en el diario
El País y en el bonaerense
La Nación un artículo titulado
No hay piedad para Ingrid ni para Clara. Narraba en él el acoso periodístico, propio de verdugos, al que están siendo sometidas
Ingrid Betancourt y
Clara Rojas después de su liberación.
Extraigo dos párrafos de este artículo en donde se muestran con claridad cómo entienden algunos periodistas el ejercicio de la difícil profesión que han elegido.
...siguió, desde el momento mismo en que las mujeres fueron liberadas, el acoso de un periodismo sin fronteras morales, que sigue esforzándose por convertir a las víctimas en piezas de un espectáculo que se presenta como información necesaria, pero cuya única función es saciar la curiosidad perversa de los consumidores de escándalo.
La realidad concebida como un espectáculo que se presenta como información
necesaria ante los consumidores de escándalo. La degradación periodística no se puede mostrar de manera más contundente.
La otra cita es del libro de
Kapuscinski,
Los cínicos no sirven para este oficio :
Con la revolución de la electrónica y de la comunicación, el mundo de los negocios descubre que la verdad no es importante, y que ni siquiera la lucha política es importante, sino que, en la información, lo que cuenta es el espectáculo. Y, una vez que hemos creado la información-espectáculo, podemos vender esta información en cualquier parte. Cuanto más espectacular es la información, tanto más dinero podemos ganar con ella.