miércoles, 13 de septiembre de 2017

La piel, en el Teatro Pradillo de Madrid



Estás, pero estás vivo. Estás, pero estás viva. ¿Qué le añade la vida al simple estar? Pues el poder cambiar, el querer darle sentido a la existencia, el tener conciencia de lo que ocurre y la capacidad de relacionarnos con el mundo en el que estamos. Y ¿cómo se establece esta relación con el mundo? A esta pregunta, a lo largo de la historia, se le han dado respuestas para todos los gustos. Unos han entendido que el vehículo privilegiado para establecer esta conexión era el pensamiento, que lo importante era obtener una idea acertada de lo que hay. Otros, más cercanos a la tierra, han considerado los sentidos, especialmente la vista y el oído, como los medios adecuados para conocer la realidad. Pocos han defendido la piel como un recurso indispensable para entrar en contacto con el mundo. Más bien la han desechado e, incluso, como es el caso de las religiones, la han condenado abiertamente. Aún en esta evolucionada civilización occidental en la que estamos, mostrar nuestra piel está generalmente mal visto y surgen campañas, llenas de recato y de pudibundez, tendentes a combatir la desnudez y a rechazar la comunicación a través de la parte más exterior de nuestro cuerpo.

Y, sin embargo, somos piel. Somos nuestra piel, porque somos nuestro cuerpo. Si la piel no nos acompaña en nuestra relación con los otros, no somos del todo nosotros quienes nos relacionamos. Vivir es pensar y, también, hacer, y, también, hablar, pero también es tocar, tocarnos, abrazarnos, agarrarnos, acariciarnos, sentirnos. La naturalidad y la espontaneidad han sido expulsadas de estas formas de expresión y con ellas se ha ido una parte importante de nuestro ser, pero, pese a todo, la vida entra y sale de nosotros a través de la piel.

También amar es estar en contacto. “Amar es cambiar de piel” se dice en “La piel”, la sugerente obra de teatro que durante los viernes, sábados y domingos, hasta el 24 de septiembre, se representa, a las 21 h, en el Teatro Pradillo, de Madrid. Porque amar es dar o, mejor, es darse. Es, en cierto modo, morirse, matarse a sí mismo para que surja un nuevo yo, una nueva piel, capaz de generar el fruto del amor deseado. Cambiar de piel es matar al yo egoísta para que resucite un yo amoroso, es olvidarse del propio yo, de la propia piel, para que nazca el nosotros o los nosotros.

La piel está en el centro de nuestras vidas. La piel cubre nuestro interior, pero, a la vez, lo revela, a veces con demasiada claridad, al igual que lo hace con nuestras circunstancias, con nuestras carencias, con nuestras aceptaciones y con nuestros rechazos. La piel nos separa del exterior, pero también es nuestra gran carta de presentación en él. La piel es nuestra verdadera imagen. La piel, nuestra piel desnuda, nos iguala a todos en la misma medida en que los vestidos nos separan.


De la piel, del amor, de nuestra manera de comunicarnos, de lo que tocamos, de lo que comemos, de lo que significan la vida y la muerte habla esta obra tan llena de humor, de ideas sugerentes y de humanidad. Se trata de un monólogo muy bien redactado, teatralizado y dirigido por Valeria Alonso e ideado e interpretado por Teresa Rivera, su inspiradora, que vive su personaje con convicción y que muestra su gran capacidad como actriz, como bailarina y como comunicadora. El público ríe y participa, amablemente y sin sentirse en ningún momento forzado, en el desarrollo de la obra, que se hace corta y que te permite salir pensando en la vida y en la piel, en la propia y en la de los demás.

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