Estás, pero estás vivo. Estás, pero
estás viva. ¿Qué le añade la vida al simple estar? Pues el poder
cambiar, el querer darle sentido a la existencia, el tener conciencia de lo
que ocurre y la capacidad de relacionarnos con el mundo en el que estamos. Y ¿cómo
se establece esta relación con el mundo? A esta pregunta, a lo largo
de la historia, se le han dado respuestas para todos los gustos. Unos
han entendido que el vehículo privilegiado para establecer esta
conexión era el pensamiento, que lo importante era obtener una idea
acertada de lo que hay. Otros, más cercanos a la tierra, han
considerado los sentidos, especialmente la vista y el oído, como los
medios adecuados para conocer la realidad. Pocos han defendido la
piel como un recurso indispensable para entrar en contacto con el mundo.
Más bien la han desechado e, incluso, como es el caso de las
religiones, la han condenado abiertamente. Aún en esta evolucionada
civilización occidental en la que estamos, mostrar nuestra piel está
generalmente mal visto y surgen campañas, llenas de recato y de
pudibundez, tendentes a combatir la desnudez y a rechazar la
comunicación a través de la parte más exterior de nuestro cuerpo.
Y, sin embargo, somos piel. Somos
nuestra piel, porque somos nuestro cuerpo. Si la piel no nos acompaña
en nuestra relación con los otros, no somos del todo nosotros
quienes nos relacionamos. Vivir es pensar y, también, hacer, y,
también, hablar, pero también es tocar, tocarnos, abrazarnos, agarrarnos, acariciarnos, sentirnos. La naturalidad y la
espontaneidad han sido expulsadas de estas formas de expresión y con
ellas se ha ido una parte importante de nuestro ser, pero, pese a todo, la vida
entra y sale de nosotros a través de la piel.
También amar es estar en contacto.
“Amar es cambiar de piel” se dice en “La piel”, la sugerente
obra de teatro que durante los viernes, sábados y domingos, hasta el
24 de septiembre, se representa, a las 21 h, en el Teatro Pradillo,
de Madrid. Porque amar es dar o, mejor, es darse. Es, en cierto modo,
morirse, matarse a sí mismo para que surja un nuevo yo, una nueva
piel, capaz de generar el fruto del amor deseado. Cambiar de piel es
matar al yo egoísta para que resucite un yo amoroso, es olvidarse
del propio yo, de la propia piel, para que nazca el nosotros o los
nosotros.
La piel está en el centro de nuestras
vidas. La piel cubre nuestro interior, pero, a la vez, lo revela, a
veces con demasiada claridad, al igual que lo hace con nuestras
circunstancias, con nuestras carencias, con nuestras aceptaciones y
con nuestros rechazos. La piel nos separa del exterior, pero también
es nuestra gran carta de presentación en él. La piel es nuestra
verdadera imagen. La piel, nuestra piel desnuda, nos iguala a todos
en la misma medida en que los vestidos nos separan.
De la piel, del amor, de nuestra manera
de comunicarnos, de lo que tocamos, de lo que comemos, de lo que
significan la vida y la muerte habla esta obra tan llena de humor, de
ideas sugerentes y de humanidad. Se trata de un monólogo muy bien
redactado, teatralizado y dirigido por Valeria Alonso e ideado e
interpretado por Teresa Rivera, su inspiradora, que vive su personaje
con convicción y que muestra su gran capacidad como actriz, como
bailarina y como comunicadora. El público ríe y participa,
amablemente y sin sentirse en ningún momento forzado, en el
desarrollo de la obra, que se hace corta y que te permite salir
pensando en la vida y en la piel, en la propia y en la de los demás.
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