La equidad, el respeto, la generosidad, la solidaridad, la honestidad, la libertad de todos o el deseo de conocer eran valores que las personas aceptaban como buenos y como necesarios. Entendían que eran esos valores los que la sociedad requería para que fuera humana individual y colectivamente. No es que poco a poco los ciudadanos comenzaran a pensar otras cosas, sino, justamente al contrario, dejaron de pensar y comenzaron a dejar salir al exterior sus deseos, sus apetencias, sus ocurrencias, sus egos y sus crudas aspiraciones privadas. Los valores fueron mal mirados, rociados con alcohol y quemados allá lejos.
Quedaron como jefes supremos los apetitos, y como aspiraciones apetitosas, algo más simple y de más utilidad para el presente: el dinero y el poder. Poco importa el futuro, ni la educación, ni la instrucción, ni -lo más incomprensible- la salud. Solo importa el dinero y el poder. Miran para otro lado cuando imaginan que un día se pueden morir porque no hay médicos. Eso solo le ocurre a los otros, creen, pero no les importa a ellos. Los otros desaparecieron con los valores y con el futuro.
Me preguntan si me gustaría volver a tener veinte años. Mi respuesta ha sido un NO enorme y angustioso. Bastante tengo con vivir esta vida el tiempo que me falte como para querer ahora ampliar este plazo. Con una vez basta.
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