Siempre que le oí, le escuché. Hablaba con serenidad, sin estridencia, diciendo cosas con racionalidad. Te hacía pensar, porque procuraba ir al fondo de las cosas. Tenía esa humildad llena que tienen los que se saben uno más, solo uno más, pero con un sentido en la vida, con mucho que aprender y que decir. Con mucha sabiduría, y hasta con humor, supo aceptar su cruel destino. Murió de cáncer. Él lo decía así, sin sinónimos blandos ni eufemismos. Ya no escucharemos su palabra calmada y llena, provocadora y útil. Murió ayer Ramón Lobo.
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