Tal día como hoy de 1925 murió José Ingenieros.
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El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
Conviene que cada uno tengamos nuestras propias ideas, racionalmente argumentadas, dialogadas y confrontadas con quienes no piensan como nosotros. Pero nuestras ideas, por ser nuestras, no deben ser consideradas las únicas posibles, ni las que todo el mundo debe tener, ni, mucho menos, las definitivas. Estas peligrosas aspiraciones se derivan de esa educación cercana al fascismo que se nos coló en la escuela y en la familia por muchos resquicios. Tan importante como tener ideas argumentadas y debatidas es mantenerse abierto a lo nuevo, a lo diferente. Estas son las mayores fuentes de riqueza que nos propone la vida, pero también las ocasiones de recobrar la frescura, la alegría y la esperanza. Solo hay que tomar una precaución: lo nuevo, por ser nuevo, no vale nada. Mientras no lo pasemos por el filtro de la razón y sepamos descubrir en ello la nueva idea válida, que mejora las que ya teníamos, lo nuevo no será nada más que algo nuevo, pero no necesariamente bueno.
Pasaron los años. Un día se dio cuenta de que había estado siendo engañado desde el principio. El partido que le interesaba -porque le habían enseñado a odiar a los otros- le había estado ocultando la realidad y, en su lugar, le había mostrado unas milongas inventadas, unas mentiras fabricadas en beneficio exclusivo de los dirigentes del propio partido. Le habían estado utilizando a través de la televisión, de casi toda la prensa y de casi toda la radio, como quien utiliza una herramienta o adoctrina a un esclavo. Él había aceptado porque, en su ignorancia, se había creído que los adversarios -que el veía como enemigos-, en lugar de mejorar sus condiciones de vida, que era lo que hacían, le iban a traer todas las desgracias posibles. Cuando cayó en la cuenta de que había sido un don nadie en manos de los ricos que dirigían la operación, entró en escena su orgullo y se negó a reconocerlo. En lugar de buscar información sana y ajustada a los hechos, comenzó a mirar para otro lado y a decir que total todos eran iguales, aunque él ya sabía que no era así. La tristeza se apoderó de sus días y la soledad lo encerró en su propia cárcel.
Me gusta vivir cada suceso, cada acontecimiento, cada pequeña o gran ocasión, con toda la intensidad que pueda poner en el presente, pero también imaginando cómo lo recordaré en un futuro, cuando ya no estén algunas de las personas que ahora forman parte de la situación.
Resulta que, por una parte, el “Vale todo” de los neoliberales parece que se ha instalado en la sociedad, y, por otra, la anestesia profunda de la que gozan amplias capas de la población y buena parte de sus dirigentes, que sólo tienen ojos y atención para el dinero, están muy presentes en el mundo.
Que hay que protestar por los yacimientos de residuos fósiles, atentando contra una obra de arte, se atenta, ¿por qué no?
Mis preguntas son:
¿Habrán convencido con esta acción a algún ciudadano o a algún dirigente de que hay que usar energías limpias?
¿Alguna mente tierna se habrá dado cuenta de que es posible tirarle un bote de tomate a cualquier cuadro, que incluso se sale por televisión y que luego la multa no es tan alta?
¿Qué entienden por “no violenta” quienes consideran como tal la acción de tirar salsa de tomate sobre una obra de arte?
¿Qué relación hay entre el petróleo y el arte, entre los yacimientos del Reino Unido y los girasoles de Van Gogh? ¿Ninguna? Pero si no hay ninguna relación, y para protestar por una cosa se atenta contra otra, y eso no se condena, ¿se podrá condenar que se atente contra personas con tiros o con bombas, si alguien lo considera necesario para protestar, aunque no tengan nada que ver con el asunto por el que se protesta?
Entre los brutos con muchos intereses, que se empeñan en negar el cambio climático porque les viene bien a sus finanzas, quienes pasan de toda esta problemática, como si no les afectara directamente a sus vidas concretas, y quienes protestan sin lograr crear conciencia entre los afectados, estamos creando un mundo curioso del que me entran muchas ganas de bajarme.
Un día más.
Otro regalo diario de la vida.
Un día con el regalo del sol,
con el regalo del fresco de la mañana,
con el regalo de la sonrisa de quien se despierta,
con el regalo de una salud aceptable,
con el regalo de una cierta tranquilidad,
con el regalo de una nube de amor alrededor,
con la desdicha de todo el mal que anida aquí, allá y más allá,
pero con el regalo de un proyecto de día,
con el regalo de una cierta esperanza.
En este artículo, publicado en MasticadoresFEM, se muestran algunos aspectos de la igualdad entre hombres y mujeres en España.
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Lo conocí en Círculo Internacional, un programa de Radio Nacional allá por los años sesenta y tantos. Ponía una música que a mí me parecía muy buena y comentaba los discos como si se fueran a quedar en nuestras vidas para siempre. Luego no supe nada de él hasta que lo descubrí de nuevo en El loco de la colina, en la SER. Era como el agua fresca, siempre fresca, relajante, invitando a pensar desde una sonrisa detrás de la que parecía que vibraba una tragedia, hablando sin imponer, escuchando, sin avasallar a nadie. “En el principio no era la palabra, el verbo, sino el silencio”, decía. Lo que me impactó fuertemente de él no fue su manera de hablar y de callar, sino el mundo que se vislumbraba detrás de sus palabras y de sus silencios. Se manifestaba desde la calma, desde el respeto a la palabra del otro, escuchando al interlocutor, permitiendo que pensara lo que decía y que lo pensaran quienes lo escuchaban. Estaba siempre lejos de esta estúpida velocidad que nos intentan meter en la vida. Tenía el arte de crear silencios llenos de lo que habíamos oído y de lo que quedaba por decir. Hablaba con la tranquilidad que da la madurez, y así se refería a los asuntos más centrales de la vida humana. Solo recuerdo una vez en la que subiera el tono de su voz, cuando Alsina lo puso en el brete de tener que pronunciarse sobre lo que entendía como periodismo. El resto de las veces parecía que estaba sentado en un banco del parque dialogando, conversando, aprendiendo, y no gritando para tener la razón o para ganar alguna imaginaria partida. Hasta sus carcajadas eran cadenciosas, armónicas.
Fue capaz de crear en mí un estilo de conversación que pocas veces he conseguido poner en práctica. Y lo echo de menos. Creo que se vive como se conversa, y pocas veces he encontrado personas que quieran vivir como me apetece hacerlo a mí.
Hoy se ha ido y no siento tanto que se haya ido el periodista, el comunicador, el inventor de programas y de personajes, sino, más bien, el portador de un estilo, el paciente descubridor de almas, el hombre que mejor ha sabido callarse para que hablaran los otros, un artista de la vida, un maestro.
Adiós, Jesús Quintero. Gracias.