Nunca me gustó la rutina. Desde chico -lo de decir “desde pequeño” era en mi infancia una cursilada impopular- me gustaron las novedades, lo distinto, lo que ocurría un día, pero no se repetía habitualmente. Vivía en una ciudad con fuerte presencia militar, por lo que los desfiles se sucedían siempre que había alguna celebración, incluso si era civil o religiosa. Me gustaba verlos, aunque yo no tenía ninguna afición por lo militar. Me gustaba la música tocada por una banda de profesionales que siempre sonaba muy bien. Al principio del cortejo era frecuente ver una bandera española, ante la que los militares que estaban en la calle saludaban en señal de respeto. Creo recordar que hasta algunos civiles inclinaban la cabeza a su paso. Aquella bandera significaba la obviedad de que las fuerzas armadas que venían a continuación eran las de España, y no las de ningún otro país. Era la seña de identidad que se ofrecía al principio el desfile.
Más tarde me di cuenta de que las personas, incluso las cosas, muestran también pronto su seña de identidad. Cada uno llevamos algo que nos distingue de los demás y que nos identifica con nosotros mismos. Puede ser en la apariencia, en la forma de ser, en las ideas o en algún otro rincón. Es nuestra bandera. No es una tarea demasiado sencilla, pero deberíamos conocer cuál es nuestra bandera.
Buenas noches.
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