Vivo mi propio mundo, que está dentro del mundo de todos. Mi mundo es el conjunto de actitudes, de deseos, de esperanzas, de actos y, sobre todo, de relaciones que establezco con la realidad.
En la infancia mi mundo era grande, casi infinito, aunque yo no lo supiera. Todo era posible, todo cabía en el inmenso depósito sin fondo de lo que podía suceder. Los años vividos y la terca realidad fueron matizando las fronteras de mi mundo hasta situarlo dentro de los límites de lo que estaba hecho a mi medida. Llegó un momento en el que me sentí más o menos a gusto dentro de ese mundo mío, aunque siempre estaba -y, para decir la verdad, está- el deseo de ampliar sus límites, de ir siempre más allá en casi todos los aspectos de la realidad de los que soy consciente. Aún quiero con empeño ampliar mi mundo.
Pero lo que veo que le ocurre a los demás comienza a generar en mí una amenaza, una visión triste que me viene desde el futuro: mi mundo se va a ir haciendo cada vez más pequeño. Ya ha comenzado por la dimensión física, por el cuerpo. Nunca he sido un dechado de capacidades corporales, en ningún sentido, pero he ido tirando. Ahora noto que un poco por aquí y otro poco por allá la máquina corporal se va deteriorando lentamente. Afortunadamente queda la mente, que me parece una tabla de salvación. Si el mundo físico se va reduciendo, siempre es posible que el de la mente se vaya ampliando. Hay que proponérselo y hay también que poner los medios para que esto ocurra. Creo que cuando decimos que vivir es un arte, hay que entenderlo como que hay que ingeniárselas para frenar en lo posible el empequeñecimiento del mundo del cuerpo, y mantener con decisión el crecimiento del mundo de la mente.
Buenas noches.
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