Se subió al autobús un señor algo
mayor, de pelo cano, que, a voces, iba maldiciendo la vejez de su
esposa, que le acompañaba, porque ésta creía que no era ese el
autobús que había que tomar. Nadie le hizo caso, pero los gritos y
el maltrato a la mujer fueron evidentes.
Se colocaron en asientos separados,
ella en la fila de la izquierda y él, en la de la derecha. Después
de dos paradas, ella se levantó y se sentó junto a él. El señor
le depositó su brazo sobre el hombro, ella puso su mano en el muslo
del señor y él hizo lo mismo sobre el de ella. Algo debieron de
hablar entre sí en voz baja porque ella le contestó:
-Sí, por los cojones.
Un buen número de alumnos de la
Universidad, posiblemente de Medicina, se subieron luego al autobús. El señor,
en voz alta, les dijo a dos de ellos que se apostaron junto a él:
-¡Eh! Y vosotros ¿cuánto pagáis por
estudiar?
-Mil euros -dijo uno de ellos.
-Mil ochocientos -dijo otra.
-¡Qué vergüenza! -dijo el señor-
Eso tenía que ser de balde. Y lo tienen que pagar vuestros padres,
claro. Desde luego, ¡qué malo es este tío! Esto es lo que ha
conseguido desde que llegó. Yo llevo cuatro años sin encontrar
trabajo y, encima, se quiere presentar otra vez.
Los alumnos callaban y escuchaban, sin
saber muy bien qué cara poner, pero el señor siguió.
-Y tened mucho cuidado con el catalán
ese ¿eh?, que es muy peligroso. Ese tío es muy peligroso. Es muy
parecido al de ahora. A ver si vais a caer en la misma trampa
vosotros, los estudiantes.
Y concluyó:
-Bueno, nos tenemos que bajar aquí. Ya
sabéis vosotros lo que tenéis que hacer. Y de lo otro nada ¿eh?
-dijo con una especie de sonrisa que parecía que quería ser de
complicidad.
Al llegar a la parada en la que se bajó
junto a su esposa, se despidió:
-¡Suerte!
El autobús quedó en silencio.
Buenas noches.
Buenas noches.
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