Señoras: que los museos no están para
que se pongan a contar chascarrillos en voz alta en mitad de la sala,
que eso molesta y que no son sitios para eso. El día que ocurrió no
había señores visitantes en la sala.
Señores vigilantes: lo mismo les digo.
Su tarea debe de ser un coñazo enorme, pero no se trata de matar el
tiempo a carcajada limpia ni a echar fuera charletas como si
estuvieran en el bar.
Señores encargados de los museos y de
las salas de exposiciones: vigilen algo lo que pasa allí dentro. He
visto cómo alguna encargada tenía que mandar callar a los
asistentes a una exposición, pero era un caso aislado, no lo
habitual.
Es que esto se está degradando, como
todo, a gran velocidad. Los museos ya no son refugios de paz porque
los han asaltado los horteras desocupados, que parece que van allí
porque hay que ir o porque les encuentran cierto parecido con los
supermercados.
Ya ni los cementerios son remansos de
paz. El otro día visité uno de Madrid y junto a sus muros ensayaba
un cuarteto de saxofones.
Vamos a ver a dónde se va a poder ir a
estar tranquilo, sin que te encuentres a alguno que viva sin dejar
vivir a los demás, coooooooño.
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