Entender es explicarse algo con
argumentos racionales, coherentes, sin que contengan contradicciones
con lo que ya se entiende y que puedan ser comprobables o aceptables,
mientras no se demuestre que no se pueden aceptar. Que la lluvia,
tomémosla como ejemplo, aparece cuando se dan determinadas
condiciones de humedad, presión y temperatura lo puede entender
cualquiera que esté convenientemente informado.
Creer algo es aceptarlo sin
argumentos racionales, basándose en la supuesta autoridad de quien
lo dice o en el interés que pueda tener el creyente en aceptar eso
que considera una verdad. Consideremos como ejemplo de esta actitud
aceptar que las mujeres no pueden ser sacerdotisas en la Iglesia
Católica porque lo dice la jerarquía -y quienes aceptan esto le
atribuyen autoridad suficiente a esa jerarquía- o porque le viene
bien aceptar que las mujeres no tengan funciones en la sociedad en
igualdad de condiciones que los hombres.
Estas dos actitudes se dan con mucha
frecuencia en nuestra sociedad. Los ciudadanos, lamentablemente,
tendemos cada vez más a no involucrarnos en cuestiones que requieran
buena o mucha información, a simplificar los asuntos y a optar
siempre por lo más fácil. Por eso en muchas ocasiones creemos lo
que dicen, sin preocuparnos de entender, de buscar las razones de por
qué dicen lo que dicen. Si a una persona sin criterio bien fundado
le repiten machaconamente lo mismo una y otra vez, puede que acabe
por creerlo, aunque el mensaje no tenga ninguna relación con la
realidad.
Pongo un ejemplo de lo que quiero
decir. Desde el primer día que Zapatero ejerció de presidente del
Gobierno de España, Rajoy, muy dolido por su derrota electoral,
comenzó una campaña muy atentamente diseñada de desprestigio del
presidente, que aún hoy
continúa. Un día y otro y otro se sucedían las críticas
descalificantes hacia la figura de Zapatero. En las dos legislaturas
en las que estuvo al frente del Gobierno se tomaron medidas muy
importantes para el bienestar de los ciudadanos, pero a Rajoy y a los suyos les daba
igual, porque su interés era descalificar al personaje y crear la
idea de que no valía para el puesto que ocupaba.
El segundo mensaje
puesto en circulación era que el propio Rajoy era mejor que Zapatero
y que en cuanto llegara al poder las cosas irían mucho mejor. No
había momento parlamentario o mediático en el que Rajoy perdiera la
oportunidad de postularse como el salvador de la situación. Esto fue
calando en la población gracias a la insistencia en la medida y a
la facilidad de muchos ciudadanos para creerse lo que le gritan o lo
que le repiten hasta el cansancio. Se aprobaban leyes, como la del
matrimonio entre personas homosexuales o la del aborto, pero Zapatero
era muy malo, según el mensaje que repetía Rajoy, y éste, en
cambio, era el bueno. Luego vinieron los errores de Zapatero, que
pocos se tomaron la molestia de intentar entender o, al menos, de
situar en un contexto europeo, y a partir de ahí aparecieron las
consecuencias del mantra que Rajoy llevaba practicando desde hacía
ocho años. Muchos de los que se habían creído sus mentiras
entonces aún se las siguen creyendo. Otros parece que se han dado
cuenta de todo lo que se habían venido tragando a lo largo de estos
años.
No sé si habremos aprendido algo de
toda esta aventura política y social. No sé si estamos deseando
creernos 'otras' cosas o nos habremos dado cuenta de que lo
conveniente es informarnos y procurar entender, antes de aceptar sin
más las consignas del momento, sean del tipo 'Vamos a ahorrar con
las privatizaciones', 'Todos los políticos son iguales', 'Hay que
hacer un estado federal' o 'La monarquía no tiene sentido'. Me
gustaría que nos pusiéramos de una vez a entender. Buenas tardes.