Me
dan una cierta pena, y otro poco de fastidio, las personas cuya gran
aspiración en la vida es tener razón, llevar la razón.
Lo
que hace a una persona situarse en el camino de la grandeza es la
puesta en práctica de una relación generosa y recíproca con las
otras personas: dar a los otros a fondo perdido y permitir que ellos
nos den, sin que sea a cambio de lo que les damos, ayudar y dejarse
ayudar, sin que esto sea como un negocio, establecer un entramado de
colaboraciones reales mutuas que vayan construyendo un mundo más
agradable.
Pero
parece que hay un momento en el que la salida generosa hacia el otro
se cierra y solo queda un ego insaciable que busca sobresalir, en
lugar de buscar el crecimiento del otro gracias a lo que le
aportemos. En ese mundo encerrado en sí mismo, en donde solo es el
crecimiento propio el objetivo a conseguir, el deseo de llevar razón
encuentra su campo abonado.
No
exige grandes esfuerzos, porque consiste solo en presentar las
opiniones propias como las únicas que se pretende que sean
verdaderas, acompañadas de un gesto de seguridad, de convencimiento
y de un “¿ves como yo tenía razón?”. Luego es probable que
algunos de los presentes callen, porque no tengan muchas ganas de
perder energías aportando razones ante quienes prefieren la razón a
las razones, o puede ser también que tarde o temprano la realidad
haga ver a quien tiene el ego necesitado que su pretendida verdad no
era más que un disparate al que se agarraba para sentirse algo más
seguro de sí mismo.
Creo
que buscar razones en un mundo complejo engrandece a la persona, y
abrir la puerta de la ayuda al otro, aún más. Encerrarse en su
individualidad para desear sobresalir ante los demás, en cambio,
empequeñece.
Todos
vivimos en un mundo de opiniones provisionales y de dudas, pero me
parece que quienes solo desean llevar la razón no lo ven muy claro.