Tal día como hoy de 1943 nació Rosalind Hursthouse.
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El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
Quiero manifestar mi apoyo y defensa de la sanidad pública.
Mis argumentos son:
La salud es un derecho humano (art. 25 de la Declaración Universal de Derechos Humanos), tanto en su aspecto físico como mental.
Por tanto, todos, no solo quienes puedan financiarse una atención sanitaria privada, tienen derecho a que el Estado cuide de su salud.
La salud es un derecho universal y, en un mundo dominado por la desigualdad económica, debe ser gratuito. Por eso hay que pagar impuestos, y que paguen más quienes más tienen.
Si alguien, autoridad o profesional, le niega la atención sanitaria pública a algún ciudadano, debería ser perseguido por la justicia.
No se puede confundir un derecho humano con un negocio.
Sí a la sanidad pública, universal y gratuita.
Vivimos el triunfo del corto plazo, de lo inmediato, de lo que causa placer y lo causa ya. Lo demás puede que exista, pero como si no. Se le ningunea y ni se le mira. Está de moda la chatez mental y nadie se atreve a mirar más allá de sus narices, no sea que vea algo que le altere su equilibrio plano.
Miro a la gente por la calle. Unos centrados en lo que oyen por los auriculares que llevan en las orejas. Otros concentrados en la pantalla del móvil, como si de un momento a otro fuera a aparecer en ella el secreto más buscado. Otros atienden a los dos reclamos a la vez. Da igual que pasen por un árbol sumido en la belleza del otoño, por un jardín pleno de flores primaverales o por un pobre hombre que duerme aterido por el frío de la noche. Lo que vale es lo que sale por el móvil, lo último, lo que reclama la atención con urgencia.
Invitas a comer a casa a unos amigos. Se sientan en donde hay cuadros, algunos de una belleza reconocida. Da igual: no los miran. Hay libros en diversos lugares. Es lo mismo: no les interesan. No preguntan qué estás leyendo. Tampoco ellos leen nada. Se preocupan por el placer, por la diversión, por lo que tienen entre manos en esos momentos. Más allá no hay nada. El arte está más allá, pero en el lugar en el que no se mira. El pensamiento está más allá, pero en el sitio al que no se sabe ir. El sentido está más allá, pero lo que les importa está más acá, en la superficie de una pizza, en el interior de una hamburguesa o en alguna pantalla. Y nada más.