Lo conocí en Círculo Internacional, un programa de Radio Nacional allá por los años sesenta y tantos. Ponía una música que a mí me parecía muy buena y comentaba los discos como si se fueran a quedar en nuestras vidas para siempre. Luego no supe nada de él hasta que lo descubrí de nuevo en El loco de la colina, en la SER. Era como el agua fresca, siempre fresca, relajante, invitando a pensar desde una sonrisa detrás de la que parecía que vibraba una tragedia, hablando sin imponer, escuchando, sin avasallar a nadie. “En el principio no era la palabra, el verbo, sino el silencio”, decía. Lo que me impactó fuertemente de él no fue su manera de hablar y de callar, sino el mundo que se vislumbraba detrás de sus palabras y de sus silencios. Se manifestaba desde la calma, desde el respeto a la palabra del otro, escuchando al interlocutor, permitiendo que pensara lo que decía y que lo pensaran quienes lo escuchaban. Estaba siempre lejos de esta estúpida velocidad que nos intentan meter en la vida. Tenía el arte de crear silencios llenos de lo que habíamos oído y de lo que quedaba por decir. Hablaba con la tranquilidad que da la madurez, y así se refería a los asuntos más centrales de la vida humana. Solo recuerdo una vez en la que subiera el tono de su voz, cuando Alsina lo puso en el brete de tener que pronunciarse sobre lo que entendía como periodismo. El resto de las veces parecía que estaba sentado en un banco del parque dialogando, conversando, aprendiendo, y no gritando para tener la razón o para ganar alguna imaginaria partida. Hasta sus carcajadas eran cadenciosas, armónicas.
Fue capaz de crear en mí un estilo de conversación que pocas veces he conseguido poner en práctica. Y lo echo de menos. Creo que se vive como se conversa, y pocas veces he encontrado personas que quieran vivir como me apetece hacerlo a mí.
Hoy se ha ido y no siento tanto que se haya ido el periodista, el comunicador, el inventor de programas y de personajes, sino, más bien, el portador de un estilo, el paciente descubridor de almas, el hombre que mejor ha sabido callarse para que hablaran los otros, un artista de la vida, un maestro.
Adiós, Jesús Quintero. Gracias.