El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
martes, 29 de septiembre de 2020
lunes, 28 de septiembre de 2020
Dicho en el pasado. Banderas
28 de septiembre de 2017
Creo que las banderas expresan y despiertan emociones y sentimientos, pero no muestran ningún argumento. Nos estamos acostumbrando peligrosamente a hablar y a vivir sin argumentos. Cada vez me gustan menos las banderas.
Los lunes, músicas nuevas. Sufjan Stevens
domingo, 27 de septiembre de 2020
Las Pandoras de la pandemia
Muy interesante el artículo de Siri Hustvedt, premio Princesa de Asturias de las Letras en 2019, titulado Las Pandoras de la pandemia. Puedes leerlo aquí.
Él y su coche
Eran él y su coche. No existía nada más en el mundo. Lo que se veía por ahí eran seres ajenos a él y a su coche, carentes de importancia y de significado en su vida. Él y su coche habitaban en una soledad gozosa en medio de todo lo que no le interesaba. Cuando él y su coche estaban juntos, el mundo sonreía. El coche, aunque no hablaba, obedecía sin rechistar. Era un coche bueno y nunca se negaba a lo que él le solicitaba. En su coche el confort, la paz y el placer estaban garantizados. Él en su coche hacía lo que le apetecía. Iban, venían, paraban en donde a él le venía bien y circulaban al ritmo que en cada momento le pedía el cuerpo.
No había normas. Si acaso las muy imprescindibles, pero lo fundamental era hacer lo que la vida le pedía a gritos en cada momento. Eso de las normas era algo ajeno a su vida. Creía que cada cual tenía que ir a lo suyo y él con su coche no tenía por qué dejar de hacer lo que quería porque alguien quisiera cruzar por un paso de peatones o porque dijeran que hay que poner los intermitentes. Que cada uno se busque la vida y que gane el más fuerte.
Su coche era un Mercedes rojo de aspecto deportivo, con dos puertas y una buena radio para que todos, dentro o fuera, oyeran la música que a él le gustaba. Por dentro tenía detalles de calidad. Por fuera estaba limpio y cuidado, aunque con pequeños restos de alguna reparación.
Aparcó en la puerta del bar. Una cerveza a mediodía sentado en una terraza era muy apetecible después de una mañana de trabajo. El dueño del bar era amigo suyo y le gustaba ir a verlo y a charlar un rato. La calle tenía dos carriles y un arcén en el que se aparcaba bien. Una vez situado el coche, apagó la radio, quitó la llave y abrió la puerta para salir.
Abandonar el coche durante un rato y entrar en un mundo lleno de personas y de cosas que no le importaban demasiado era como abandonar su zona de confort. Muchas veces al día debía hacer ese sacrificio necesario de tener que andar, hablar, beber, discutir, incluso aburrirse fuera de su coche. Volver a él era como el descanso del guerrero, como la entrada en el paraíso.
Un estruendo inusual asustó a quienes estaban en la terraza del bar. Dos camareros salieron corriendo en dirección al coche. Todos se levantaron y pensaron en lo peor. Un autobús verde pasó por el carril derecho y paró a unos metros del bar.
La costumbre de no tener en cuenta las normas hizo que abriera la puerta del coche sin mirar si venía alguien por detrás. El conductor del autobús, que por sus dimensiones ocupaba todo el carril, no tuvo tiempo de ver que una puerta se le abría inesperadamente en su trayectoria. El golpe fue estrepitoso. El retrovisor rojo quedó tirado varios metros más adelante. Unos trozos de cristal se esparcieron por el suelo. La puerta quedó deformada, con el interior desencajado y sin poderse abrir ni cerrar. La fortuna quiso que a él no le diera tiempo de sacar la pierna. Aunque el coche rojo estaba aparcado algo separado de la acera, su amigo adujo que los autobuses pasaban muy pegados a los coches. Alguien en la terraza comentó que había que mirar antes de abrir la puerta. Otro pensó en la utilidad de cumplir las normas. Él se quedó a medio camino entre el ridículo que no podía admitir y el deseo de culpar al conductor del autobús que no podía expresar. Con una expresión de enorme tristeza llamó a la grúa.
Dicho en el pasado. No hay recetas
27 de septiembre de 2019
A mí no me lo dijeron, pero yo sí te lo quiero decir a ti. A menos que, huyendo de la realidad, te refugies en algún dogmatismo, religioso o no, la vida consiste en ir a tientas por un presente movedizo hacia un futuro demasiado incierto, para llegar al cual no vale reproducir sin más lo ocurrido en el pasado. Si quieres sentirte vivo, tienes que tomarte el difícil trabajo de crear cada instante, sin caer en el vicio mortecino de repetir cobardemente lo que les valió a otros, o puede que a ti mismo, en otros tiempos. Convéncete de que hay valores que tenemos que convertir en realidades, pero no hay recetas eternas que sirvan para ello.
sábado, 26 de septiembre de 2020
Dicho en el pasado. Perdidos
26 de septiembre de 2018
Unos, poquito a poco, a la velocidad lenta a la que va creciendo el amor, van intentando crear una vida más humana y un mundo mejor, en el que podamos estar todos sin que se resienta la justicia. Otros, mientras tanto, a la velocidad vertiginosa a la que discurre el odio, y apoyándose en una masa cada vez mayor de ciudadanos inconscientes, discriminadores en asuntos varios, con resentimientos entreverados y carentes de sensibilidad, van destrozando cualquier atisbo de humanidad y creando un mundo a la medida de los poderosos. Estos manejan grandes redes activas de intoxicación y de manejo de masas, pero la inconsciencia es muy alta y el individualismo también. El precio de la dignidad, en cambio, está por los suelos, y son demasiados los que luchan por conseguir ser esclavos mal pagados, cueste lo que cueste. Nos han convencido de que tenemos que callar (lo importante), pero hablando sin parar (de otras cosas). Estamos bastante perdidos.