Los años iban pasando sin que fuera
habitualmente consciente de lo que en realidad ocurría. Una huella
imprevista, tan irremediable como fatal, le iba afectando a su ya
larga vida. Nunca estuvo preparado para disfrutar de los placeres de
la creatividad. Desde pequeño fue educado en esa mortecina
separación entre lo malo y lo bueno. Dentro de esto último sólo
cupieron costumbres inamovibles, recetas jamás sujetas al cambio y
acontecimientos que se repetían fieles a su historia año tras año.
Tenía un sentido de la fiesta ligado a la educación religiosa que
le habían transmitido. Los domingos se sentía a gusto vistiendo sus
mejores ropas para ir a misa. Luego disfrutaba saliendo a comer,
normalmente a los mismos sitios y consumiendo los mismos platos.
Nunca variaban los programas de televisión que veía y se regía
siempre por los mismos horarios. Era un estilo de vida bastante
alejado del mío, pero cuando observo ahora a algún señor o a
alguna señora parecidos a él, me aparece un recuerdo impregnado de
ternura.
Buenas noches.