El problema fundamental de la vida es un problema ético.
¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano?
¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
La complejidad de la
vida nos impide saber con seguridad si en cada momento estamos
actuando bien. No siempre sabemos con certeza si hacemos lo más
conveniente o si las consecuencias de nuestros actos van a ser
dañinas para alguien. No veo otra salida que la de acostumbrarse a
vivir en una relativa inseguridad.
Vivir es siempre, en
cualquier lugar y a cualquier edad, seguir aprendiendo a vivir. No es
fácil en nuestro mundo llegar a hacer real esta idea. Primero,
porque en sí misma esta tarea es compleja y arriesgada. Y, segundo,
porque nuestro estilo de vida no favorece que nos paremos, siquiera
un poco, a reflexionar sobre aquello en lo que pueda consistir vivir
y sobre la manera idónea para convertirnos en lo que realmente
somos, a saber, seres humanos en busca de su humanidad concreta. Si
nos lo planteamos honestamente, me parece que estos son los dos
asuntos fundamentales con los que cualquiera de nosotros debe
enfrentarse para intentar encontrarles una solución vitalmente
satisfactoria.
De ambos habla, con
una sorprendente sencillez y con una emocionante sabiduría,
Beatricia,
la novela escrita por Mariaje López
y publicada por MAR Editor.
El libro es una trasposición al campo de la literatura de lo
expuesto por Arancha Merino,
experta en Ingeniería Emocional, en su libro Haz
que cada mañana salga el Sol. Para
ambas el ser humano no puede ser considerado como un ser simplemente
racional, porque hoy no se concibe la razón humana como una razón
pura, desligada de nuestro funcionamiento real en la vida. Por el
contrario, nuestra racionalidad es un complejo entramado de
conceptos, juicios y argumentos lógicos, junto con emociones y
sentimientos, de tal manera que éstas no pueden funcionar en la vida
sin aquéllos y viceversa.
Beatricia
se centra, sobre todo, en el mundo de las emociones y sigue las
pautas de la mejor novela fantástica. En el libro se explica, desde
una perspectiva vital práctica, en qué consisten cada una de las
seis emociones básicas, es decir, el miedo, la tristeza, la rabia,
el orgullo, el amor y la alegría, así como cuáles son sus
funciones en una vida humana que aspire a ser buena.
Es muy posible que el
lector se vea pronto sorprendido por la caracterización positiva que
se hace de las emociones, cosa que nuestra cultura y nuestra
educación no han sabido, en general, transmitir convenientemente. Y,
sin embargo, es de una utilidad vital grande comprender, por ejemplo,
que el miedo no es tanto un freno que nos impide vivir, sino lo que
nos defiende de eventuales amenazas ofreciéndonos seguridad. O que
el orgullo es el que nos permite reconocernos tal como somos y el que
facilita que tomemos nuestro propio camino. O que la tristeza nos
sirve de una grandísima ayuda a la hora de aceptar lo inevitable.
Ciertamente,
Beatricia
es una novela del género fantástico, pero la autora ha sabido dotar
a la fantasía con unas características tan cercanas a la vida del
ser humano que hasta los personajes más extraños nos resultan
cercanos, pudiendo hablarnos como si fueran como nosotros, sin dejar
de ser ellos mismos. Y es que Beatricia
es un libro que huele desde el principio a ternura, a amor al ser
humano, al mundo y a la vida, y también a la limpieza de las
actitudes y de las intenciones y a la búsqueda de todo lo valioso
que hay más allá de lo que vemos y de lo que creemos ser.
Por otra parte,
Beatricia
es un libro, a la vez, terapéutico y preventivo. En efecto, un
conocimiento bien fundamentado de nuestra propia realidad personal
puede ayudarnos a superar, en algún momento, situaciones
desagradables o peligrosas. Y no hay nada más útil ni necesario
para nuestra propia existencia que aquello que nos hace ver que el
gran camino, el único que tenemos que recorrer, es el que nos lleva
a buscar el sentido de la vida, a descubrir una forma satisfactoria y
humana de vivir que sea válida y apetecible para todos.
Mariaje López
ha sabido usar en esta novela una prosa, en el fondo, poética,
dotada de una muy bella musicalidad, que hace sumamente placentera su
lectura, especialmente si se hace en voz alta y saboreando cada una
de las sílabas. Con ella nos descubre algunos de los secretos de la
mente humana, esos que aparecen ante una mirada atenta como
agazapados detrás de las apariencias, y nos hace ver la importancia
trascendental de la voluntad, de las emociones y del amor si queremos
seguir cada día aprendiendo a vivir.
Te lo envían a casa desde esta dirección: http://www.edicionesirreverenteslibreria.com/epages/ea9759.sf/es_ES/?ObjectID=93499076
En el abrazo entregas voluntariamente
tu cuerpo a la persona a la que abrazas, para que sienta que la
generosidad del amor está con ella. A la vez, recibes su cuerpo
entre tus brazos y lo acoges, lo cuidas un tiempo cerca de ti, muy
cerca de ti, para que viva tu compañía, tu atención, tus caricias,
tu ternura.
En el abrazo la soledad queda derretida
y disuelta por la calidez del cariño que circula con intensidad
entre dos cuerpos que se juntan con la fuerza de la dulzura y la
suavidad de la necesidad de expresar toda la emoción que fluye desde el
centro de la vida.
En el abrazo llueven regalos de besos,
de manos que hablan en una singladura imprevista, de susurros que
intentan en vano reducir a palabras intensas las vivencias que se
despiertan y que quieren asomarse a lo más profundo de la piel.
En el abrazo no hay tiempo, ni tabúes
vacíos, ni prisas llenas de veneno, ni egoísmos aniquiladores, ni
existen los otros, ni siquiera existe el mundo, que, durante el rato
infinito que dura el abrazo, ha dejado de ser un problema exterior
para convertirse en el refugio gratificante y sosegante de dos
personas que han atrapado el cariño entre sus brazos.
En el abrazo puede caber toda la vida
que puede durar un abrazo.