En el abrazo entregas voluntariamente
tu cuerpo a la persona a la que abrazas, para que sienta que la
generosidad del amor está con ella. A la vez, recibes su cuerpo
entre tus brazos y lo acoges, lo cuidas un tiempo cerca de ti, muy
cerca de ti, para que viva tu compañía, tu atención, tus caricias,
tu ternura.
En el abrazo la soledad queda derretida
y disuelta por la calidez del cariño que circula con intensidad
entre dos cuerpos que se juntan con la fuerza de la dulzura y la
suavidad de la necesidad de expresar toda la emoción que fluye desde el
centro de la vida.
En el abrazo llueven regalos de besos,
de manos que hablan en una singladura imprevista, de susurros que
intentan en vano reducir a palabras intensas las vivencias que se
despiertan y que quieren asomarse a lo más profundo de la piel.
En el abrazo no hay tiempo, ni tabúes
vacíos, ni prisas llenas de veneno, ni egoísmos aniquiladores, ni
existen los otros, ni siquiera existe el mundo, que, durante el rato
infinito que dura el abrazo, ha dejado de ser un problema exterior
para convertirse en el refugio gratificante y sosegante de dos
personas que han atrapado el cariño entre sus brazos.
En el abrazo puede caber toda la vida
que puede durar un abrazo.
Buenas noches.
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