Vaya birria de mundo estamos
construyendo. Menos mal que yo intento montármelo como mejor me
parece, porque si cayera en la mediocridad que observo -y no creo que
me libre de que algo se me pegue- estoy seguro de que no sería ni
medianamente feliz.
Como todos los días, he ido a andar.
Hoy han sido casi dos horas. 8 km. y medio. Cuando venía de vuelta,
un niño y una niña de unos 5 o 6 años jugaban a la pelota con un
balón como los de fútbol en plena acera. No les importó lo más
mínimo que estuviera pasando yo: ellos seguían. Como por poco no me
dieron un balonazo, les dije que aquél no era sitio para jugar, sino
para andar, para pasear. El niño puso cara de no entender que lo que
le decía fuese razonable y casi se ofendió. Yo seguí mi camino
pensando en dónde estarían sus padres. Enseguida oí que los niños
corrían calle abajo. Miré por si había pasado algo y vi un coche
parado, el balón en medio de la calzada, el niño ya había cruzado
la calle y estaba al otro lado de la acera y la niña intentaba
dirigir el tráfico diciéndole al coche parado que siguiera
adelante. De los padres o de las madres no tuve noticia en todo el
episodio. Supongo que, al igual que sus hijos, estaban salvajes y,
además, idiotas. No creo que tuvieran la menor noción de que
existen normas que hay que cumplir, que hay que ir enseñando a los
niños a ser prudentes y que no pueden hacer en cada momento lo que
les dé la gana, lo que les pida el cuerpo. Esto no es más que una
fábrica de salvajes y de inútiles. Los mandé a todos a hacer
puñetas y seguí mi camino disfrutando del maravilloso Sol que la
Naturaleza nos ha regalado hoy.
Cuando, ya en casa, he enchufado el
ordenador, he tomado el suplemento de hoy de El País. Como siempre,
he empezado a leerlo por el final. En este caso, por el artículo deJavier Marías. Me ha confirmado que este mundo es una birria. Y
estoy convencido de que las birrias se transforman con mucha
facilidad en mierdas.