Hoy es el Día Internacional contra la Tortura.
El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
martes, 26 de junio de 2012
lunes, 25 de junio de 2012
Una tarde en PhotoEspaña 2. Eurico Lino do Vale
Hay realidades que viven plácidamente
su transcurso temporal sin que nadie lo advierta, hasta que aparece
la luz. La luz convierte todo aquello sobre lo que indice en
fenómeno, en apariencia, y nos permite descubrir lo que antes estaba
oculto, con sus dosis de belleza y de decrepitud, con su pasado
evolucionado hacia un presente y anunciando siempre un futuro
incierto. La luz nos hace ver el mundo con una buena dosis de
realismo, pero también con un toque de calidez que ningún otro
elemento puede suministrar. Eurico Lino Do Vale abre las
puertas del Palacio da Rosa, en Lisboa, del siglo XVIII, hoy
propiedad del Ayuntamiento de Lisboa, para que entre la luz y capta
con su cámara la visión que la luz nos regala: un edificio lujoso
tal como se encuentra tres siglos después de su reconstrucción tras
el terremoto de Lisboa y cinco desde que fuera diseñado.
Con las puertas abiertas a la luz
aparece la belleza. Claro que hay bellezas primaverales, dotadas de
formas tersas, frescas, lozanas y con toda la vida por construir. Y
hay también bellezas otoñales, bien distintas de las anteriores.
Aquí las formas han pasado ya por los designios irremediables e
inevitables del tiempo y han dejado de ser lo que antes eran, pero,
sin embargo, han adquirido con su transcurrir un poso de elegancia,
un añadido sentimental y una cadencia propia del que sabe que cada
momento es único y que hay que vivirlo con la calma y el sosiego que
exige todo lo efímero. Lo que nos muestra el fotógrafo en la
exposición es un ejemplo de belleza otoñal, del lujo, el diseño,
la pintura y la arquitectura que han sido tamizados todos ellos por
tres siglos de existencia.
Dice Kandinsky que la alegría de la
vida reside en el triunfo irresistible y constante de lo nuevo.
Ciertamente las ruinas de un palacio tienen poco que ver con lo nuevo
y por eso la atmósfera que se respira en estas piezas es triste.
Pero el arte de la fotografía está, entre otras cosas, en que puede
dignificar la realidad captada, dotándola de nuevos valores que
antes, en la visión directa, no aparecían. Es posible que el
espectador obtenga de la contemplación de estas fotografías una
mezcla de sosiego, de nostalgia del esplendor que se adivina, pero
también del mantenimiento de lo bello. Es verdad que el tiempo
triunfa siempre, pero hasta que logre su victoria final hay todavía
mucho que ver.
La exposición, titulada Levantamiento
Fotográfico do Palacio da Rosa, Lisboa, puede verse en la
galería Oliva Arauna, en la calle Barquillo, 29, en Madrid,
hasta el 21 de julio de 2012.
domingo, 24 de junio de 2012
sábado, 23 de junio de 2012
viernes, 22 de junio de 2012
Esclavas. Exposición de Yolanda Domínguez
Se trata una vez más de que en el
mundo actual se sigue queriendo ocultar al ser humano que es cada
mujer. En el centro de todo el entramado estructural de nuestras
sociedades está instalado el poder. Y el poder está en manos
fundamentalmente de los hombres. Esta es la base desde la que surge
el problema del que trata la exposición titulada “Esclavas”
que nos presenta Yolanda Domínguez en la Galería Rafael Pérez Hernando, calle Orellana, nº 18, de Madrid.
El poder se ejerce siempre sobre
alguien. Puede ser que por motivos circunstanciales, que pueden ser
económicos, políticos, sociales o de cualquier otro tipo, alguien
caiga dentro de uno de los ámbitos del poder y tenga allí que
soportarlo. Pero a determinados hombres, que hacen del poder, sea
éste poco o mucho, el eje de sus vidas, les interesa tener bajo su
mando a personas, no por meras causas circunstanciales, sino
estructurales. Necesitan dominar a seres que, al exclusivo juicio de
estos poderosos, posean una estructura tal que no puedan alcanzar el
estatus que ellos ocupan. Y en este ámbito estructural y como
consecuencia de la ideología machista que profesan, colocan a las
mujeres. A estos hombres que viven del poder les interesa profesar la
idea de que cualquier mujer, por el mero hecho de ser mujer, debe
ejercer unas funciones en la sociedad distintas de las que llevan a
cabo ellos. Así, a la mujer le corresponde ser femenina, esto es,
dulce, obediente, sumisa y bella, entre otras atribuciones de índole
igualmente secundaria, de la misma manera que ellos creen haber sido
destinados a desarrollar funciones masculinas, siempre relacionadas
con el mando, la fortaleza, la libertad y la superioridad.
Esta maniobra interesada de los hombres
de poder establece en la sociedad una peculiar distribución
funcional. A cada uno de los sexos los machistas asocian un género,
con la particularidad de que el género femenino, constituido por las
funciones asociadas a las mujeres, siempre es inferior y dependiente
de los hombres, que son los llamados a poner en práctica las
funciones propias del género masculino. De esta manera, el sexo, a
través del género, se convierte en el último criterio de
estructuración social.
Es evidente el interés que el hombre
machista tiene cuando pone en práctica esta maniobra, porque ella le
permite tener a su disposición una mujer obediente que le
proporciona mano de obra gratuita en la casa, la satisfacción de las
necesidades cotidianas y el recurso a una fuente siempre disponible
de placer sexual. Y resulta también evidente el prejuicio del que se
deriva toda esta organización social machista: el de la supuesta (y
jamás comprobada) superioridad de los hombres sobre las mujeres.
Hay culturas en las que el poder sobre
la mujer se ejerce de una manera dura y cruel, con prohibiciones
brutales y con ritos que un mínimo sentido de lo humano condenarían.
Recordemos, por citar sólo dos ejemplos, a las mujeres de las tribus
de los patanes, en Pakistán, que no pueden salir a hacer sus
necesidades fisiológicas fuera de la casa, como sí hacen los
hombres, mientras no se haga de noche, para que nadie las vea,
sufriendo enfermedades renales derivadas del simple capricho
masculino; o a las de la tribu de los danis, en el valle de
Baliem, en Papúa Nueva Guinea, que deben soportar la amputación de
alguna falange de sus dedos cuando muere un familiar varón.
Sin embargo, hay costumbres menos
cruentas, más sutiles, pero igualmente eficaces para ejercer el
dominio sobre la mujer. Son las que afectan a la vestimenta de las
mujeres, como es el caso del burka, que los talibán impusieron como
obligatorio a las mujeres en Afganistán. La vestimenta, en general,
siempre conlleva una fuerte carga simbólica. Cuando el hombre
machista considera que la mujer no es un ser humano, sino un objeto
de su propiedad, del que puede gozar a su antojo, y no quiere que
ningún otro hombre pueda contemplar eso que es suyo, entonces la
tapa sin piedad con telas que van desde el pañuelo hasta el chador,
el niqab o el burka. Si la mujer que va dentro de esa cárcel de
tela, sufre, tropieza, padece enfermedades por no recibir la luz del
sol o termina perdiendo la visión, eso no le importa al machista,
porque para él la mujer no es más que un ser inferior, utilizable
para sus intereses y sustituible por otra en el caso de que se
convierta en inservible.
Es verdad que en nuestra cultura
solemos ser muy críticos con el uso del burka. Sin embargo, no nos
damos cuenta de que en nuestro entorno vital practicamos otra manera
de hacer desaparecer a la mujer como tal, de presentarla no como una
persona, sino como una cosa que cumple las funciones que al machista
le interesan. Este es el planteamiento de la exposición de Yolanda
Domínguez.
Con la misma tela con la que están
confeccionados los burkas y en colaboración con Sara Ostos
como diseñadora, se presentan prendas femeninas occidentales
cargadas de erotismo, de sensualidad e, incluso, alguien diría que
de glamour. Tangas, corsés, pezoneras o vestidos más o menos
livianos y sugerentes parecen indicar una condena al burka, del que
se exhibe también en la muestra un ejemplar auténtico. Sin embargo,
la propuesta no acaba en esta crítica, porque la mujer que puede
vestir ropas similares a las que se presentan en la muestra sufre en
su ser un tipo parecido de esclavitud, aparentemente más llevadero,
pero igualmente despersonalizante. La mujer occidental es también
víctima del machismo desde el momento en que acepta en su vestimenta
los criterios que le impone el hombre. Si al hombre machista le
interesa que la mujer se destape y ésta no tiene otro criterio mejor
que oponer, se destapará. Por un supuesto amor, por protección, por
economía o por rutina, la mujer que asume el criterio machista
termina por obedecer “a la manera occidental” a las llamadas
desde el poder de los hombres. Es muy significativo que uno de los
temas en los que puede vislumbrarse la presencia de un maltratador en
nuestra sociedad es el control que suele hacer sobre la forma de
vestir de su pareja. Y la mujer puede llegar a tener tan asumido el
gusto y la exigencia de los hombres en sus ropas, que encuentra
normal taparse o destaparse aunque ningún hombre concreto se lo
pida.
Hay dos maneras de impedir que una
mujer viva como una mujer, esto es, como una persona que es mujer.
Una, tapándola para que nadie vea que debajo de esas telas va una
mujer y para que ella misma no pueda sentirse como tal. Otra,
destapándola para que luzca a los ojos de todos, no como un ser
humano, como una persona, sino como un objeto de deseo y de
complacencia, como una propiedad privada que se exhibe con orgullo
por su dueño. Mientras los hombres machistas no aprendan a vivir
como seres humanos y mientras las mujeres no reaccionen y dejen de
hacerse cómplices de una ideología que las reduce a la condición
de esclavas del macho, aquí seguiremos pensando equivocadamente que
el método de tortura en la vestimenta de la mujer es el burka y no
lo que se ha asumido como normal en nuestro entorno. Mientras hombres
y mujeres no sean capaces de comprender y de vivir la igualdad real,
la sociedad seguirá siendo machista y las mujeres, las víctimas de
los hombres. La brillante exposición de Yolanda Domínguez es
un espejo en el que deberían mirarse las mujeres de cualquier
cultura y de cualquier sociedad.
jueves, 21 de junio de 2012
Con artistas
El que no crea, envejece y los viejos,
que pueden serlo a cualquier edad, acaban muriendo pronto.
Me gusta ver arte, contemplar obras de
arte. El arte no sólo te permite evadirte de este mundo estúpido,
sino que te impulsa a otro mucho más agradable, aunque a veces sea
más trágico, que éste. El arte se apodera de ti con una fuerza
irresistible y te proporciona un placer intenso y suave, a la vez,
inquietante y relajante, como si fuera un prodigio milagroso de la
naturaleza.
Me enamora el arte y me entusiasma
escuchar a personas que viven creando, que entienden la vida como
algo en las antípodas de la rutina, de la tradición, del estatismo
interesado de quienes están en los poderes.
Últimamente he tenido el grandísimo
placer de hablar con algunos artistas, y, sobre todo, de
escucharlos. A algunos los oí con atención en público y les tiré
de la lengua todo lo que supe, pero a otros -a otras, porque éstas
eran mujeres- tuve la fortuna de escucharlas de manera más personal.
Me parecieron seres humanos excepcionales, conscientes del mundo en
el que estamos, humildes en su forma de estar en él, pero sin
renunciar a sus deseos de cambiarlo para mejorarlo, fuertes como
árboles bien plantados aunque en terrenos poco propicios, con muchas
ganas de vivir y de crear, de sacarle al mundo sus secretos. Sobre
todo, imbuidas del ideal de la igualdad, que adorna con luces de gozo
y de fiesta a los espíritus elegidos para abrir los caminos.
Creo que una de las características
básicas del artista es su mente abierta a un mundo con el que quiere
comunicarse y que entiende que puede cambiar, pero no para que le
favorezca a él, sino porque entiende que un mundo mejor es posible y
deseable.
La emoción que me produce el estar un
rato con un creador hablando de su obra y del acto de creación se la
traduzco luego, cuando puedo, en un abrazo que me sale de dentro y
que no sé si entenderán o no, pero que estoy seguro de que sienten.
Es mi reconocimiento a la presencia ante mí de un ser que me supera
y que es capaz de entender esa vida como a mí me gustaría poder
vivirla. Es también, claro, una muestra del cariño que siento por
quien es capaz de estar un rato de su tiempo hablando conmigo de lo
que hace, de lo que piensa y de lo que vive.
He sido afortunado estos días y le doy
las gracias a estos amigos artistas por sus detalles. Dar las gracias
quiere decir que ojalá la vida les regale a ellos también el mismo
placer que ellos me han regalado a mí.
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