No sé si la señora Ana Mato, ministra de Sanidad, de no sé qué más y de Igualdad, no tiene ni idea de lo que les ocurre a las mujeres o es que tiene “otra” idea. Que a estas alturas del mundo, después de muchos años de lucha feminista y de intentar el respeto de los derechos humanos tanto en los hombres como en las mujeres, una mujer, dirigente política, ministra de un gobierno y supongo que universitaria, no sepa o no quiera usar el término “violencia de género” para caracterizar un caso de asesinato machista da mucho que pensar. Sobre todo, da que pensar que esta señora tiene interés no en defender a las mujeres, sino a los hombres que practican ese tipo de discriminación injustificable que es el machismo.
Ante el fenómeno del machismo no caben posturas intermedias: o se lucha abierta y claramente contra él o, por el contrario, se le hace el juego y se le ayuda directa o indirectamente a persistir. Esta segunda alternativa es la que abrazan las mujeres poco concienciadas, generalmente de derechas, con una mentalidad antigua y preilustrada, que, deslumbradas por el poder, que dentro de esa ideología es casi siempre machista, no quieren perder su estatus y son capaces de ir contra las personas de su propio sexo con tal de mantener su cuota de mando. Y cuando hablan, los disparates suelen aflorar con facilidad y ponen en entredicho su capacidad para ocuparse del cargo que tienen.
Lo que ignoran estas personas es que la diferencia de sexo entre hombre y mujer es de tipo biológico, anatómico y fisiológico. Hay diferencias corporales, incluso de pensamiento, que no deben ni pueden justificar ningún tipo de discriminación por razón de sexo. La cuestión aparece cuando a las mujeres se las educa y se espera de ellas que lleven a cabo una serie de funciones en la sociedad y, en cambio, a los hombres se les asocia otras funciones distintas. Surgen así los géneros, masculino y femenino, y se entiende que los hombres tienen que desarrollar las funciones masculinas y las mujeres, las femeninas. Esto es lo que quiere el machismo, que ya se ocupa de que las funciones masculinas sean las importantes, las que detentan el poder y las que se consideran superiores, mientras que las femeninas son las secundarias, las encargadas de obedecer y las que desarrollan las tareas inferiores. En esto consiste la organización machista de la sociedad basada en la división en géneros de las funciones sociales. Esta es la visión de la sociedad que transmite la educación tradicional, influida por el machismo político, por las religiones y por el interés descarado de algunos hombres de mantener sus privilegios patriarcales a costa de la libertad y de las vidas de las mujeres.
La violencia de género surge cuando el hombre, actuando en nombre de la supuesta superioridad del género masculino sobre el femenino, se encuentra con que la mujer no le obedece, no cumple con lo que el machista espera de ella o exige comportamientos que él cree que no son propios de su género. Entonces es cuando, dejándose llevar por un carácter mal controlado, por una animalidad mal educada y en ejercicio de esa pretendida superioridad, es capaz de reprender y castigar a quien le ha desobedecido y quien no ha cumplido con lo que se esperaba de ella, de acuerdo con su género. La violencia de género es, por tanto, siempre consecuencia de una mentalidad machista y de una pretendida e interesada superioridad del hombre sobre la mujer. Se llama de género, precisamente porque la lleva a cabo un miembro de un género -el masculino- sobre otro del otro género -el femenino- y, además, en nombre de la supuesta y nunca demostrada superioridad del género masculino sobre el femenino. Prescindir de este carácter de género para referirse a los casos que lamentablemente se dan en nuestra sociedad es no describir correctamente el problema, no descubrir lo que hay debajo de estos crímenes, hacerle el juego al machismo, que es la mentalidad responsable de estos desmanes, e ir en contra de las propias mujeres, porque oculta las verdaderas causas del problema y, en el fondo, se hace cómplice de los machistas.
Esto es lo que debería saber la señora Mato y esto es lo que hace que dé pena ver a toda una ministra de Igualdad decir tonterías y disparates e ir, en definitiva, en contra de las propias mujeres. Desde que leí a Platón, siempre he pensado que los aficionados y los ignorantes deberían quedarse en casa y ponerse a estudiar.