Actualmente hay quienes consideran esa función un cargazo y aspiran a conseguirlo como sea. No digamos ya el de presidente.
Recuerdo que en mi primera intervención, cuando aún no era oficialmente vicepresidente, denuncié algo que me parecía una ilegalidad. Un vecino, haciendo uso de su sagrada libertad, antes de que se pusiera de moda, y echando ardorosamente un paso adelante, me dijo a gritos y con el brazo en alto que si no estaba de acuerdo que me callara. Fue un arrebato democrático, de una democracia tan rara que no parecía que lo fuera. A continuación, denuncié otra ilegalidad -había muchas en donde elegir. El mismo vecino, con la misma libertad metida en el cuerpo hasta las trancas, a voz en grito, con el paso adelante dado y la frente levantada, me dijo muy diestro que como no estaba de acuerdo, que me fuera a casa. A continuación, se ofreció voluntario para presidir la comunidad de vecinos.
Pronto veremos la crispación por las calles, en los comercios, en las terrazas, en las carreteras y en los paisajes idílicos de las montañas y los valles. Y no digamos cuando la gente pueda volver a entrar en los estadios. Pero no todos querrán recordar quiénes la introdujeron en esta sociedad que ya no era así.
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