El romanticismo fue un movimiento filosófico, literario y artístico que tuvo su auge en toda Europa en la primera mitad del siglo XIX. Reconocía esta corriente que el valor fundamental de la vida era el sentimiento, considerado como una fuerza infinita que podía dominar el mundo. El sentimiento era una actividad libre, sin que hubiera nada le pudiera poner límites, y se manifestaba básicamente en el arte y en la religión. Esta sobrevaloración del sentimiento iba en detrimento de la ciencia y, en general, de cualquier actividad racional.
Desde este florecimiento habido en el siglo XIX, el romanticismo ha tenido periodos de auge y de decadencia, pero siempre ha estado presente en la historia de la humanidad reciente. El arte, con mayor o menor acierto, ha mantenido siempre encendida la llama del romanticismo. Igualmente lo han hecho las religiones, incapaces de dar una explicación racional a sus postulados. Lamentablemente la concepción más popular del amor ha adoptado también este cariz sentimental, ignorando los elementos racionales que son indispensables en cualquier relación humana íntima. Y últimamente la política más demagógica parece haberse apuntado al estilo romántico, apelando exclusivamente a los sentimientos y las emociones de los ciudadanos y huyendo de dar argumentos racionales entendibles y comprobables por cualquiera. Los diversos nacionalismos, los populismos de cualquier signo y las propuestas que huyen de lo concreto y que se refugian en grandes palabras vacías de racionalidad son muestras de un romanticismo que hoy resulta preocupantemente dañino.
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