sábado, 12 de diciembre de 2020

El tonto, el gilipollas y el malo



 

El tonto es el que se equivoca, el que que comete errores. Todos somos tontos alguna vez en la vida. El tonto se caracteriza por que cuando se le hace ver que se está equivocando, entra en razón y reconoce su error. Si el tonto es educado, pide disculpas.

El gilipollas también se equivoca y comete errores, pero cuando se intenta que se dé cuenta de sus errores, reacciona atacando. Dice, por ejemplo, que él nunca comete errores, que el que está equivocado es el que intenta convencerlo y que las cosas no son más que como él dice. El gilipollas, por tanto, nunca reconoce su error, porque se considera perfecto. Estos seres abundan más de lo deseable.

No encuentro un término preciso para nombrar a quien va por la vida con intención de hacer daño, de destrozar lo que se encuentra y de situarse lejos de la justicia y de la paz. Lo llamo malo porque, simplificando, lo que pretende es hacer el mal. Podría llamarlo también, por ejemplo, hijo de puta, pero no lo hago por respeto a las putas. El 90 % de ellas se ven forzadas a realizar su trabajo y bastante tienen con ello como para, además, usarlas para nombrar el mal. También podría denominarlo cabrón, pero me parece más claro el nombre de “malo”.

Mi problema es que en estos tiempos de cerramientos perimetrales no encuentro una frontera claramente delimitada entre el tonto, el gilipollas y el malo. Más bien observo lo que parece un territorio común, en el que las tres desgracias se unen dando lugar a seres alejados de cualquier rasgo de humanidad, de cualquier acercamiento al bien. Veo a algunos de ellos que, además, ostentan una cuota de poder, cosa que me desata la preocupación y me ofrecen una lamentable sensación de peligro.

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