Es difícil, para quien se ha pasado muchos años de su vida dando clases, olvidarse de que ya no es profesor. Quizá por eso me he preguntado qué le diría yo a mis alumnos si tuviera que darles clases este curso. Te lo cuento por si te sirve.
Siempre he pensado que a los alumnos hay que abrirles el abanico del futuro, enseñarle los caminos mentales y profesionales por los que pueden transitar, las maneras de vivir que se dan en el mundo y, también, ponerles los pies en el suelo y ayudarles a que entiendan la situación en la que viven en cada momento. Por eso yo empezaría hablándoles del aquí y del ahora.
Les diría que este curso sería, como terminó siendo el anterior, raro, inusual, pero que no pensaran que todos los cursos iban a ser así. Esto es algo transitorio y como tal hay que vivirlo.
Les rogaría que en la situación actual, en la que vivimos una crisis básicamente sanitaria -aunque no solo sanitaria- aprendieran a ser prudentes y se ejercitaran en ello. La prudencia es posiblemente la principal virtud del ser humano, porque influye en todo lo que hacemos. Consiste en conocer el mundo en el que estamos, en prever las consecuencias de nuestros actos y en saber en cada situación qué debemos hacer para generar el mayor bien o el menor mal posibles. En las circunstancias actuales intentaría persuadirlos de que, ante todo, hay que ser prudentes en nuestros comportamientos cotidianos.
Les sugeriría, dado que están muy en contacto con las redes sociales, que aprendieran a distinguir lo que dicen los médicos y los expertos, de lo que se puede leer a través de bulos, noticias prefabricadas y opiniones interesadas, que pueden ser muy dañinas para quien las siga. Comprobar lo que se lee antes de aceptarlo sería una buena medida que podrían adoptar.
Les pediría también que fueran capaces de realizar un esfuerzo extra, dada la situación anormal en la que estamos. No se trata de no perder un curso, sino de no aprender lo que en circunstancias normales aprenderían. Deberían ser conscientes de lo que la vida les pide en estos momentos.
Les haría ver, por último, que el Covid nos ha recordado nuestra dimensión fundamentalmente social. No solo es que para sobrevivir en el mundo necesitemos de muchísimas personas, de manera que somos el fruto de un enorme entramado social, sino que cuando vivimos una situación adversa, como la que estamos padeciendo, cualquier comportamiento inadecuado de una sola persona puede generar un mal enorme en los demás. Para lo feliz y para lo desgraciado, somos seres sociales, cosa que deberían pensar y compararlo con el individualismo que cada vez aparece más en nuestras vidas.
Y les pediría su opinión sobre todo esto, porque de ellos siempre he podido aprender mucho.
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