Las palabras. Los únicos que podemos
pronunciar palabras somos los humanos, pero no es lo único que
podemos hacer. También están los gestos, las miradas, las sonrisas,
las expresiones con las manos. Todos estos elementos hay que
cuidarlos para ser humanos.
Si las palabras nacen pintadas con cariño
nada tienen que temer, salvo la incomprensión, pero eso no tiene
arreglo ni salida. Los gestos deben ser respetuosos, pero sin que ese
respeto te impida ser tú ni relacionarte como tú eres.
Tendríamos
que aprender de la naturalidad que muestran los jóvenes, con sus
carencias y sus posibles torpezas, pero con una espontaneidad que
sería muy bueno que tuviéramos los que tenemos más edad.
Creemos
absurdamente que la memoria es un depósito de vivencias antiguas e
inservibles, cuando es más bien un filtro que expulsa lo que no
tiene interés. Creemos absurdamente que la mente tiene otro depósito
para albergar sentimientos, emociones, iniciativas y deseos
inexpresados por el miedo o censurados por los prejuicios.
Nos han
acostumbrado a taparlo todo, a guardarlo y ocultarlo, a tragar lo que
no es digerible. Tenemos que liberar las palabras y los gestos. Las
palabras que hablan de sentimientos, de emociones, de disgustos y de
futuro. Los gestos que expresan lo que tenemos en la mente en cada
momento. No valen las etiquetas ni las frases hechas ni las
prohibiciones decadentes. Aunque seamos seres pensantes y reflexivos,
no hay que perder la naturalidad que también llevamos dentro. No nos
comamos las palabras ni los gestos. No censuremos las palabras ni los
gestos de quienes se dirigen a nosotros.
Buenas noches. Besos y
abrazos.
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