Me he quitado la ropa, con sus colores y sus marcas, sus ocultamientos y sus disimulos.
Me he quitado el color de la piel, el de los ojos y el del pelo.
Me he quitado la estatura, el peso, la edad, las tallas y todas las numeraciones que me matematizan.
Incluso he tirado por la ventana el dinero y la propia ventana.
Lo que queda es un ser humano.
Pero ¿de verdad es un ser humano?
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No estoy muy segura. Porque las demás cosas también humanizan de vez en cuando...
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