Volvíamos a casa en el autobús y en
una de las paradas se subió una de las alumnas más guapas, más
simpáticas, más capaces y más desastrosas que tuve en los últimos
tiempos. Lamentablemente, su capacidad no la usaba para aprender,
sino para convertir la clase en un evento gozoso para ella, al que
era difícil sacarle un rendimiento aceptable. Sigue siendo tan
encantadora.
-Hola, profe. Dame un abrazo. ¿Qué
tal? ¿De dónde vienes?
Ella no sabía que esa pregunta tan
cateta me sienta a mí como un tiro, pero en esta ocasión no opté
por darle la sabia y desconcertante respuesta que me enseñó a dar
mi amigo el poeta Ángel Guinda: ¡Imagínate! Esta vez me pareció
más conveniente decirle la verdad.
-Vengo de la presentación de un libro.
Ha sido un acto estupendo.
-Jo, profe, es que no paras. ¿Nunca
estás en casa sentado en el sofá viendo la tele?
-Pues no, no se me ha perdido nada allí
y no suelo hacerlo.
El acelerado ritmo de conversación de
esta chica impedía darle demasiadas explicaciones y había que
conformarse con dejarle caer pequeñas dosis de cosas nuevas para
ella, por si con alguna había suerte y podía pensar algo. Así que
pronto tuvimos que cambiar de tema.
Es verdad que paro poco en el sofá de
casa. Cada vez estoy más convencido de que hay que salir a buscar la
vida, porque la vida no va a venir a casa a buscarme a mí ni a
nadie. En cierto modo la vida está en la mente de cada uno de
nosotros, pero esa vida interior es como una cuchara, que si no se
llena con lo que encontramos ahí fuera, de poco vale tenerla. Así
que hay que salir al mundo a encontrar la vida y a encontrarse.
Y ayer el mundo me ponía por delante
la presentación del libro de Paz Martín-Pozuelo, 'El
más hermoso de los milagros y otros cuentos de mujeres', un
libro de relatos cuya recaudación será destinada a la lucha contra
la violencia de género. Iba a estar allí presentándolo mi amiga
Carmen Arche, así que me fui con la seguridad de que nada
mejor iba a poder hacer.
Si se sabe mirar, la vida resulta
muchas veces paradójica. No solo la vida no suele venir a buscarte
al sofá de tu casa, sino que si sales a buscarla, es posible que te
la encuentres en un sofá. Yo ayer me la encontré en las personas
que estaban sentadas en un sofá rojo, el del Espacio Leer, de
la calle Argumosa 37, en Madrid, y en quienes estaban a su alrededor.
Allí apareció la vida contada, la vida que había sido vivida y que
era allí revivida ante la emoción, el gozo y la espontánea
participación de los asistentes.
No voy a contar lo que oí allí,
porque no se trata de eso, pero sí decir que Paz Martín-Pozuelo,
la autora, supo crear un clima de cercanía y de espontaneidad que
dominó el ambiente desde el principio, que Carmen Arche
expuso una espléndida y mesurada semblanza de la autora y de la
obra, que Noemí Trujillo, la editora, contó con inteligencia
lo que le había llevado a publicar el libro, y que María Alcocer
supo improvisar magníficamente el relato del ambiente vital en el
que se movían las historias que Paz cuenta.
¿Por qué noté yo la vida allí?
Porque veía que entre las losas de lo aparente y por debajo de ellas
se vislumbraba, en lo que iban contando, emociones, valores,
sacrificios, gozos, recuerdos y vivencias, señales inequívocas de
que lo profundo iba saliendo a la superficie, que no sólo entre las
cuatro escritoras habían logrado crear un clima de espontaneidad, de
naturalidad, sino que allí era fácil desnudarse el alma y mostrar,
como habían hecho ellas, lo que resultaba válido, lo que merecía
la pena comunicar, lo que podía hacer crecer a quien lo oyera o lo
leyera y, además, lo que a cada cual le pareciera y le apareciera.
Fue un magnífico rato hablando de la vida.
Me hice antes de empezar una foto en el
sofá, con Carmen, sin saber yo que iba a salir de allí tanto bueno.
Y luego les hice una foto a ellas dando todo lo bueno que dieron.
Nada de esto le pude contar a mi encantadora alumna, porque ella cree
que los sofás están para otras cosas.