Lo que está ocurriendo en la Capilla
Sixtina vaticana no deja de ser curioso. Desde el punto de vista
estético, la ceremonia, con sus colores, sus decorados y sus
procesiones puede ser incluso más atractiva que cualquier película
que se pudiera rodar sobre estos temas. Pero si tomamos algo de
distancia y observamos lo que de verdad está ocurriendo allí
dentro, la cosa se vuelve extraña y hasta peligrosa.
Imagínate una pirámide. La distancia
entre el vértice de arriba y la base de la pirámide es su altura.
Pues bien, hay sociedades, grupos, cuya estructura interna es similar
a una pirámide. Son sociedades muy jerarquizadas. Arriba, en el
vértice, se suele situar el jefe y, algo más abajo, los jefecillos,
y así sucesivamente hasta llegar a la base, en donde se encuentra el
pueblo llano, los miembros que, aunque forman parte del grupo, no
tienen cargos que ejercer.
La vida concreta, los problemas reales
se suelen dar con más crudeza en la base de la pirámide. A medida
que vamos subiendo por la pirámide, los problemas, si los hay,
suelen ser menos reales y el contacto con los miembros de la base,
menos vivo. Hay una alta probabilidad de que quien esté situado en
la cima de la pirámide sea muy consciente de los problemas
burocráticos que genera la propia organización, pero sepa muy poco
de los problemas reales que se viven en la base. Cuanto mayor sea la
altura de la pirámide, más lejos quedarán los problemas de los
miembros del grupo y menor será el conocimiento que tengan de ellos
los que están allá arriba.
En estas circunstancias, cuando hay que
elegir un nuevo jefe, la solución que aportan estas sociedades
piramidales es la que nos ofrece en estos días, como ejemplo, la
Iglesia Católica. Los miembros situados cerca del vértice, los más
alejados de la vida real y concreta, se reúnen en la Capilla Sixtina
y, por si no quedase claro lo que allí dentro hacen, ejecutan el
acto simbólico de cerrar la puerta y de evitar cualquier contacto de
los jerarcas con el mundo exterior.
Lo que hacen allí dentro no es más
que votar a quien les parece mejor, descargando la responsabilidad de
los resultados en el Espíritu Santo, del que dan una imagen
lamentable, como la de alguien que juega con ellos y que les inspira
a unos para que voten a A como el mejor y, en cambio, a otros les
dice que el mejor es B. Mientras tanto, la gente de la base de la
pirámide sigue con sus problemas. Ellos también pueden tener
contacto con el Espíritu Santo y podrían expresar sus experiencias,
pero parece que las de los jerarcas son cualitativamente más
importantes y el juego que con ellos entabla la paloma privilegiada
tiene más trascendencia que la que pudieran ofrecer los de abajo.
Cuando acabe esta partida espiritual,
santa y estéticamente atractiva, los jerarcas saldrán satisfechos
de lo que han conseguido en su retiro del mundo, los de abajo
aceptarán sin rechistar los designios de la divina paloma -o de las
mentes cardenalicias- y comenzará una nueva partida, que se jugará
de diferente manera, según sea la altura a la que se encuentren los
jugadores en la pirámide.
Realmente, hay que tener ganas de jugar
a estos juegos tan poco razonables, tan de otros tiempos, tan
peligrosos.
Visita virtual a la Capilla Sixtina vacía, claro.
http://www.vatican.va/various/cappelle/sistina_vr/index.html