He estado en una ciudad castellana y profunda de la España, al parecer, eterna e igualmente profunda. Me he levantado relativamente temprano, para lo tarde que me acosté, y me he ido a dar un paseo, a ver y a recordar escenas interesantes, gozosas, que me permitieran respirar a gusto.
Me he tomado un café en un hotel de otros tiempos venido a más y me he sentado junto a una mesa ocupada por dos señoras, una, vestida de tirolesa, con falda larga, chaqueta y sombrero verdes, éste con pluma inlcuida, enjoyada hasta las esencias y con unas gafas super in, y la otra, con chaquetón de astracán, un baston de dignidad y una perfecta dicción castellana con la que queda estéticamente preciosa su expresión de que esta mañana se ha perdido la bendición urbi et orbi en la catedral. La otra dice que hace frío, que ella está escalofriada. No tengo aquí el diccionario ni ganas de consultarlo, pero es una palabra preciosa para aplicarla a otras situaciones menos biológicas o climatológicas y más sociales y políticas. Han entrado otras dos señoras que han visto a la disfrazada de tirolesa y a su acompañante y, a modo de saludo, le han lanzado:
¡Ay, hija! Está esto tan callado que parece una biblioteca pública. Estuve el otro día en Valladolid o, como dicen en Salamanca, en Fachadolid, y fui a misa y vi allí a Malula, a Fina y a Maruchi ...
Y han empezado enseguida a hablar las cuatro a la vez de enfermedades y de muertos y de este tipo de profundidades cotidianas.
Huyo. Me voy a la catedral, a ver si puedo ver el magnífico retablo de Becerra. Hace un frío que escaraja, como dicen aquí, y hay poca gente por la calle. En la catedral están en misa, leyendo el evangelio. Es el principio del de san Juan, el que dice que en el principio era la palabra, y que la palabra estaba junto a Dios y que la palabra era Dios. Un texto magnífico y de difícil interpretación. Voy rodeando el añadido que la contrareforma puso en medio de la nave central y descubro que en el altar mayor están el obispo y toda la corte catedralicia. Me quedo a ver cómo el alto jerarca explica al pueblo lo de que al principio era la palabra. Me desilusiono. O no sabe nada del asunto o no tiene interés en explicarlo. Deriva hacia lugares manidos, como que hay que acabar con el materialismo hedonista que nos domina. Una cosa que me fastidia de los curas es que no paran de hablar de materialismo, pero sin saber en qué consiste. Como si aspirar a la otra vida no fuera una suerte de materialismo similar al que profesa el que aspira a tener un coche o un chalé. Me salgo a la calle un poco cansado de tanta profundidad antigua y vieja.
Junto a la catedral hay otra iglesia en donde va a empezar la misa de un momento a otro. Se acercan señoras y señores mayores, vestidos de domingo aunque no lo sea. Me fijo sobre todo en las señoras. Abrigos largos de pieles, labios pintados, peinados arreglados, zapatos de tacón, algunos tocados en la cabeza y una cierta expresión de fiesta en el rostro. Una de ellas, embutida en un abrigo de pieles hasta los calcañares, con unas gafas de diseño y una expresión de creerse la reina de su mambo, ha llegado a la puerta. Ha sacado del bolsillo del abrigo una moneda y se la ha dado a un mendigo mal vestido y con la piel enrojecida por el frío. Como la señora abrigada no se ha acercado lo suficiente, el pobre ha tenido que desplazarse a recoger la limosna y entonces la señora. con un cierto rictus de alegría y como quien celebra un acontecimiento, le ha dicho al pobre en voz alta y clara:
Que tenga usted felices pascuas.
Yo, que voy por la vida observando lo que ocurre e intentando analizarlo para conocer y para aprender lo que pueda encontrar de útil, me he quedado pensando en qué es lo que habrá querido decir la señora, si es que, además de seguir un rito repetitivo, ha querido decir algo.