Sentir vergüenza significa ser consciente de que uno va a ser juzgado negativamente por alguna acción que va a llevar o ha llevado a cabo, y que ese juicio va a producir en la propia persona un descenso tanto en la autoestima como en la consideración que de uno puedan tener los demás.
El juicio que tememos cuando sentimos vergüenza puede ser emitido por los demás o por uno mismo. En el primer caso, lo que nos puede frenar en nuestra actuación es la opinión contraria que se puede producir en los demás con respecto a nosotros a causa de nuestros actos. En el segundo caso, el juicio lo emitimos nosotros mismos basándonos en nuestras ideas morales. Cuando uno considera que una acción no es buena y que, por tanto, no debe realizarse, siente vergüenza no sólo si la lleva a cabo, sino también, incluso, con sólo pensarla.
Cuando alguien no suele sentir vergüenza ni por lo que puedan pensar los demás de él ni por lo que pueda juzgar de sí mismo, decimos de esa persona que es un sinvergüenza. Dicho con otras palabras. A un sinvergüenza le da igual lo que puedan pensar de él los demás, y sus criterios morales, si es que los tiene, no le impiden llevar a cabo cualquier acción.
El mundo actual del 'todo vale' se caracteriza, a mi juicio, por la proliferación de sinvergüenzas, de gentes que van a lo suyo con descaro, sin importarles ni su honra ni su fama ni su ética, echando mano de todo el cinismo del que son capaces o de lo que les haga falta. Con todo ello provocan la más triste de todas las vergüenzas: la vergüenza ajena.