Nacemos solos, con una soledad que hace indispensable la ayuda de algún otro ser para poder sobrevivir en un mundo muy adverso. Esto muestra que, desde nuestros orígenes, somos seres sociales, seres para los que es necesario establecer desde un principio relaciones con los otros y prolongarlas a lo largo de toda la existencia.
El camino que va desde esta soledad inicial a la trágica soledad final de la muerte es el trayecto en el que podemos y debemos construirnos como seres humanos. Nacemos siendo seres humanos de nombre, pero con la profunda misión de construirnos como seres humanos de hecho.
Nacemos y pronto el tiempo nos penetra. Puede que la vida se instale en nosotros y que enseguida descubramos la libertad. Nos damos cuenta entonces de que, con mayor o menor dificultad, podemos ir liberándonos de las ataduras que nos van impidiendo ser, y podemos, a la vez, ir eligiendo nuestro futuro con decisiones en las que nosotros deberíamos ser los protagonistas. La razón no siempre nos lo muestra, pero la libertad es la que nos permite alcanzar la meta de nuestra propia humanidad o, por el contrario, la que hace que nos quedemos más cerca del punto de partida manteniendo nuestro estado de animalidad inicial.
Pero la construcción del ser humano no tiene sentido si permanece o si se instala o si concluye en el ejercicio de la libertad, a pesar de que esta sea un actitud muy extendida en nuestra sociedad. La necesidad que tenemos de relación con los otros nos lleva a plantearnos cómo debe ser esta relación. La vida nos conduce así a la ética y en ella aparece el otro gran valor primario de la existencia humana, el de la igualdad. Es aquí en donde se juega la decisión de cómo queremos que sea el mundo en el que vamos a vivir con los demás. En el sistema político y económico en el que estamos, la libertad genera desigualdades, y mucha gente interesada se afana en defender el que este desequilibrio de mantenga. Ninguna de estas defensas de la libertad como el único y el último criterio aporta ningún argumento que justifique la desigualdad, pero sus partidarios la practican hasta sus últimas consecuencias. Otros, por el contrario, quizás con menos intereses personales o con más sensibilidad para lo humano, lo vivo, lo justo, lo constructivo y lo universalizable, prefieren construir la igualdad. Es la práctica de la igualdad la que garantiza un trato mutuo como personas, la que nos va a permitir ser como somos. Es la opción humana, la que defiende que sin igualdad no hay humanidad.
El de la igualdad supone un verdadero paso adelante, una superación de la mera libertad individual, para abrirse al otro, a los otros, a lo común. Es también una superación de las discriminaciones, el origen real de todas las desigualdades que inundan y mantienen vivo nuestro sistema capitalista. Este paso es difícil de dar, pero si lo piensas desinteresadamente, no encontrarás otra forma de convertirte en un verdadero ser humano. Piénsalo.