Pero ¿quién educa en este país? Aquí
no paran de nacer niños, pero ¿quién los educa?
Conozco a padres ejemplares,
magníficos, que saben que traer a un niño a este mundo significa
ayudarle a que crezca como ser humano, no como una simple masa de
carne alimentada. El problema es que el número de estos padres que
ejercen de tales es muy escaso. Una multitud de ellos no tienen ni
idea de lo que se podría hacer. Son progenitores, pero no padres.
Como educadores están de vacaciones desde hace ya mucho tiempo.
¿Educan los profesores? El papel
educativo de los profesores siempre he creído que era muy
secundario. No es que no tengan que educar, pero su labor es
peculiar. Un profesor debe aclararle a los alumnos, por ejemplo, que
no deben abusar de los gusanitos ni de la pastelería industrial,
porque no son comidas sanas y pueden traerles consecuencias
perniciosas para la salud. Debe explicarles también el porqué, es
decir, que son insanas porque tienen mucho colesterol y eso es grave
para la salud. Pero si educar es crear hábitos buenos en el niño,
acostumbrarlo a que actúe bien, eso no lo puede hacer el profesor,
porque no puede controlar y cuidar de que el niño adquiera el hábito
saludable y bueno de no comer esas porquerías. Eso es cosa de los
padres. Y si los padres no actúan, de poco servirá lo que diga el
profesor. El profesor puede y debe aclarar las ideas y colaborar así
en la creación de buenos seres humanos y de buenos ciudadanos. Pero
nuestros estúpidos gobernantes están quitando de los planes de
estudios todas las asignaturas que se encaminen a este objetivo. En
lo que creen es en un ser que debe saber matemáticas, pero que no es
necesario que sepa pensar, ni ser libre, ni que crea en la igualdad
ni en la democracia ni en el poder de la crítica. Prefieren una
especie de máquina infrahumana. Y la sociedad los tolera e, incluso,
los aplaude.
¿Educa la televisión? Yo creo que más
de lo que se cree, pero más que educar, deseduca. No sólo por los
contenidos que aparecen en ella, zafios, estúpidos y alienantes la
mayor parte de las veces, sino por el estilo de sensibilidad que
impone la televisión. Si te fijas bien, en la televisión todo
discurre a una velocidad endiablada, no hay un ritmo que favorezca el
pensamiento, sólo se valora lo llamativo, lo espectacular. Cuando
alguien habla, tiene que hablar poco, para que no se aburra nadie. La
atención está acostumbrada a fijarse sólo en lo que se mueve y en
la pantalla todo se mueve. Cuando un alumno se pone delante de un
libro, que ni se mueve él ni se mueve nada dentro de él, es incapaz
de fijar la atención y ni comprende ni aprende. Si observamos la
cantidad de horas que un niño o un joven o un adulto pasan delante
de la televisión, acostumbrando al cerebro a estas maniobras
absurdas, se echa uno a temblar.
¿Quien educa aquí, entonces? No lo
sé. Buenas noches.