Esta noche es Nochebuena y mañana es Navidad, pero no le voy a pedir la bota a María ni me pienso emborrachar. No entiendo estas fiestas. No me dice nada que haya nacido el niño en Belén ni que cambie el año ni nada de lo que anda estos días en las vidas de tantas personas. Por eso me es muy difícil y muy extraño felicitar estas fiestas. Correspondo a quien me felicita, pero por tener buenos modales y ser amable. Yo le deseo felicidad a todo el mundo todos los días, pero no sé por qué ahora hay que intensificar ese deseo, que tantas veces se presenta como un protocolo cuyo significado no está ni mucho menos claro. Entre el capitalismo, que nos hace gastar más dinero estos días, y la Iglesia, que nos dejó en herencia un calendario lleno de santos y de fiestas, andamos todos aquí recorriendo la senda que nos marcan, con la obligación de subir los brazos en señal de alegría cada vez que encontramos una señalización en el camino que así lo diga. No me apetece nada este juego.
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