Hay diversas maneras de cansarse: andar unos cuantos kilómetros, estar concentrado algún tiempo o mantener una misma postura. Pero hay una manera más profunda y más lamentable de estar cansado. Es la que se produce cuando durante mucho tiempo eres consciente de que tienes que decidir a cada momento, cuando tienes que soportar una situación absurda y sin salida, cuando no eres comprendido fácilmente, cuando nadie te pregunta cómo estás, cuando a cada momento ves cercana la posibilidad del mal, cuando la paz es un objetivo que se aleja, cuando no ves un futuro agradable, cuando el presente se endurece como el pan, de un día para otro, cuando estás contento de tener bastantes años, porque aunque vivas muchos más, no serán demasiados, cuando hay amigos que se te han caído, cuando hay muros que se te han levantado, cuando no entiendes y tienes que intentar comprender. Cuando esto ocurre te sobreviene un cansancio vital, existencial, un hartazgo y un deseo de hacer con el mundo lo que sabes que no debes hacer. Entonces pides que la vida te ponga delante un rato de descanso, de olvido, de ausencia, de liberación. Y te sobreviene el terrible fallo de añorar la niñez.
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