Ayer fue un día que empezó mal para
mí y que terminó bien. Final de la Champions. El fútbol es un
espectáculo enorme, aunque tenga enchochada a media humanidad, a la
que hace confundir el vivir con ganar los partidos. Muchas veces el
árbol del fútbol no nos deja ver el bosque de lo que realmente
ocurre, a pesar de lo cual es un gran espectáculo. El de ayer fue un
día de fiesta deportiva.
Vi el partido en un bar repleto de
gente. Cuando llegamos, a eso de las ocho, ya no había sitio, pero,
sorprendentemente, un poco antes de empezar se fueron varios
asistentes, porque preferían verlo en la paz de su casa, decían.
Pudimos tomar asiento y todo. Sin el menor asomo de misericordia y
sin que se les pasase por la mente que además de ellos había más
gente allí, se nos pusieron delante dos individuos, uno de ellos con
melena, que no paraban quietos y que nos obligaban a hacer ejercicios
de gimnasia sueca con el cuello. Cada gol del Madrid lo celebraba el
más alto de los dos subiéndose a la banqueta y agitándose todo él
hasta que la fiebre sobrevenida se le pasaba. A la derecha se
colocaron dos chicas, una de cada equipo, que no paraban de hablar. Y
si digo que no paraban es que no hacían ni pausas para los puntos o
las comas.
Desde donde estaba no se podía ver el
partido de manera que se distinguieran las tácticas que usaban, ni
siquiera muchas veces quién tenía la pelota, pero había un
ambiente colectivo de día de fiesta, de alborozos alternativos.
Cuando al final ganó el Madrid, pusieron el himno del Atlético, el
que canta Sabina, y todo el mundo se lo tomó bien, porque me pareció
que nadie se molestaba demasiado por que ganase uno u otro equipo. Me
dio pena la cara de los jugadores y de los seguidores del Atlético
al final. Quizás no se merecieron una derrota tan abultada. Yo los
llamé obreros durante el partido, porque me pareció que trabajaron
mucho más que los señoritos tan bien pagados del Madrid, pero el
gol de Ramos hizo mucho daño, como lo había hecho antes el de
Godín. Ahí me pareció que se desfondaron y fue cuando la calidad
se impuso al esfuerzo.
Al son del Viva España, la gente
comenzó a bailar cuando terminó el partido y las camisetas
rojiblancas empezaron a desaparecer. Nos despedimos de las chicas
charlatanas y de un simpático asistente al que se le había subido a
la cabeza el triunfo y la cerveza y nos fuimos yendo poco a poco.
No sé si hoy habrá personas que,
llevados por la emoción de ayer, se olvidarán de que es día de
votaciones y de que nos conviene votar. No hace mucho, un mal voto y
una abstención extraña generaron mucho daño en la sociedad. A ver
si hoy se puede remediar algo la situación y la calle se convierte
en otra fiesta en la que podamos ganar todos. Porque hoy es también
día de fiesta, de fiesta democrática.
Ayer fue un día de chapapote. Y lo peor es los diez años que nos esperan de chapapote informativo y prepotente.
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